El domingo estuve en el estadio de Son Moix y asistí a la apoteosis mallorquinista de la remontada frente al Deportivo de La Coruña y el consiguiente ascenso a la primera división del fútbol español. De esta eliminatoria, el resultado del primer partido y el resultado del segundo y su resolución final, no voy a comentar los aspectos futbolísticos, que otros con muchos más conocimientos al respecto que yo ya habrán expuesto en múltiples medios de comunicación. Lo que me interesa destacar es la importancia de mantener la tensión y no relajarse o contemporizar tras un buen resultado en la ida en campo propio y pensar que con dejar pasar el tiempo del segundo partido la clasificación caerá como una fruta madura.
Eso es lo que le ha pasado al Deportivo, que tras el dos a cero de la ida salió ayer a contemporizar, dejar ir pasando los minutos, jugar con los nervios del Mallorca si se acercaba el final del partido y no había conseguido igualar el global de la contienda y aprovechar un probable ataque a tumba abierta de los mallorquinistas, para conseguir un gol de contraataque y sentenciar el ascenso a su favor.
Pero esta táctica tiene un enorme riesgo si va acompañada de una relajación mental, seguramente involuntaria, de los jugadores, que se ven superados por un equipo contrario que va a por todas, apoyado por una afición enfervorizada que ve posible la remontada, sobre todo si marca un gol relativamente pronto en la primera parte del partido. A partir de ahí el equipo que ha de remontar entra en una dinámica de fe ciega y al que intenta contemporizar se le hace muy difícil cambiar el chip y entrar en la dinámica que necesita.
Tenemos los dos ejemplos de las eliminaciones del Barça en las dos últimas Champions, en las que tras dos excelentes resultados en la ida en casa, fue tristemente eliminado en la vuelta por la Roma y el Liverpool, que remontaron tres goles de diferencia en ambos casos. Y esas derrotas se produjeron por la incapacidad de los jugadores barcelonistas de recuperarse de los primeros goles y meterse en la dinámica de los partidos que no era la que ellos habían previsto. También podemos citar el caso del PSG, eliminado por el Manchester United en la última Champions, en este caso con el agravante de que el buen resultado de la ida fue en campo ajeno y la vuelta era en París y con un United plagado de suplentes por una epidemia de lesiones en muchos de sus titulares.
En fútbol, y en otros deportes de equipo, pero sobre todo en el fútbol, salvo resultados escandalosos hoy en día muy inhabituales, dar por sentada una victoria o una clasificación antes de tiempo suele acabar en pesadilla. Esta dinámica ocurre a veces dentro de un mismo partido. El domingo, de hecho, tras marcar el segundo gol el Mallorca, en un momento determinado aflojó un poco y a punto estuvo de marcar el Deportivo en una jugada aislada, gol que evitó el portero con un paradón, lo que hubiera supuesto la necesidad de marcar dos goles más. Por fortuna, el Mallorca volvió a arrollar al Depor y acabó marcando un tercer gol y ya no volvió a relajarse.
Pero, a pesar de todo, no hay que olvidar que el fútbol es un deporte de momentos y que lo único que vale son los goles. En el último suspiro del partido, en un ataque a la desesperada, los gallegos estuvieron a centímetros de marcar gol, que hubiera supuesto el desastre para el Mallorca. Y esto pasó mientras la afición cantaba “a primera”, “a primera”, cánticos que estuvieron a punto de congelarse en el aliento de los mallorquinistas. Hubiera sido muy injusto, pero el fútbol es un deporte en el que abunda la injusticia en los resultados. No siempre gana el mejor ni el que más lo merece por el juego desarrollado.
Las aficiones, por tanto, también deberían aprender a ser más comedidas y no celebrar los triunfos antes de que se consuman, porque en muchas ocasiones la risa se convierte en llanto.