Llamar oportunista a un empresario es criticarlo, ya que sus resultados obedecen en cierta parte a su habilidad para hacerse amigo del gobernante de turno, lo que distorsiona la competencia entre iguales, y no premia a las destrezas en un marco donde todos juegan con las mismas reglas. Por desgracia, se trata de una forma común de hacer negocios en España. Los empresarios oportunistas se mueven en sectores con alta dependencia de las administraciones públicas en sus cuentas, como pueden serlo las constructoras, las energéticas o el transporte. En algunos casos los gobiernos aportan ingresos por licitaciones y en otros a través de subvenciones. Los empresarios oportunistas tienen en común que sus mejores amigos son los enemigos de sus amigos íntimos. Al ser de izquierdas y de derechas, son ‘gente de consenso’, como se prueba cada vez que les dan una medalla, en cuyas ceremonias reúnen a políticos de todos los colores. Y la coincidencia es que la mayoría de estos avispados emprendedores es esa, que encima son reconocidos públicamente en sus comunidades o se ensalza su mérito en el trabajo, ya que quienes deciden las distinciones son los que han caído rendidos a sus encantos, pero los mismos quienes tras dejar sus cargos públicos caen súbitamente en el olvido.