Codiciosa hipocresía

Echar un vistazo a los periódicos digitales o de papel y leer tanto las condenas de los socialistas andaluces como los recordatorios de las arengas de Pablo Iglesias, es retrotraerse al pasado. Resulta chocante que una frase en una sentencia que no implicaba delito alguno provocase la caída del gobierno de Rajoy, y hoy, la serie de condenas, de prisión y de inhabilitación a diecinueve cargos andaluces, no provoque sino un ataque al bipartidismo, como caldo de cultivo de la corrupción. Es decir, para el comunista Pablo Iglesias, que dos presidentes nacionales del partido político con el cual está gestando un gobierno, hayan sido condenados por malversación o prevaricación, no tiene ninguna importancia. Como tampoco la tendrá para el representante de la otra parte, la socialista con Sánchez a la cabeza, actual secretario general del PSOE. En ambas opiniones prima lo mismo; la codicia del poder.

Tanto uno como otro les une el mismo «afecto», la codicia. Por un lado, el socialista, discípulo esmerado de ZP, desea volver al 36, al régimen republicano, con todos los adornos que le cubrían. Y para tal meta cuenta con la inapreciable ayuda de un partido con las virtudes del comunismo. Es decir, de la ideología totalitaria, admiradora del anticapitalista Evo, deseosa de derogar el régimen constitucional del 78, acabar con la economía de mercado e incluso con la libertad de prensa. Ambos están dominados por el mismo deseo; eliminar la libertad de pensamiento. Las palabras de la ministra Celaá en relación con el derecho de los padres a elegir la educación que estimen para sus hijos, es algo más que un lapsus, es la traición del subconsciente. Al estilo del nacionalismo catalán o vasco, la mente del niño es un bocado super apetitoso que debe ser objeto de toda la atención. Hay que implantar la ideología progresista como la única permitida y políticamente correcta. Progresismo, feminismo y ecologismo son los medios. Lamentablemente nada de todo ello es nuevo; los totalitarismos de izquierda o de derecha, siempre, han pretendido prolongarse mediante la mente del niño.

El insigne político comunista, el líder de un colectivo fracasado expulsa a todo aquel que no comulgue con sus ideales. Y en su diatriba es capaz de echar culpas del nacionalismo independista a la derecha. Para Iglesias, soltar en The Guardian que el estado actual de desorden público catalán es responsabilidad de las políticas del PP no le produce rubor alguno. Su inconsciencia no le permite intuir que preacuerdos como el firmado, al estilo del Diktat alemán, son los que impulsan a los ciudadanos a votar a Vox por el totalitarismo del cual vienen impregnados.

En estos momentos, cabe preguntarse si no existe en el socialismo español ningún «Besteiro» que ponga sentido común al partido socialista. En su lugar, de la moderación del antiguo presidente del PSOE y de la UGT, se ha trasladado al extremo más radical del socialismo, el promarxista. En tal estado no es extraño que ante la sentencia demostrativa del mayor caso de corrupción política que se ha dado en España, el silencio sea la norma, cuando no la disculpa falsa y mendaz. Iglesias no ordena rodear, con casco y escudo, la sede de Ferraz, como hizo con la del PP, sino que lo disculpa con todo el rostro. Es la demostración de que no hay límites éticos en el socialismo marxista. Todo vale para alcanzar el poder, incluso convertir el altar de las libertades, la prensa, en el altar de las hipocresías.

Sin duda alguna, ha llegado el momento para los no progresistas, no comunistas, no socialistas radicales, de apretarse bien los machos y levantar la voz, en todos los sentidos y en todos los modos y lugares, para poner coto a ese ataque a libertades y derechos que rezuma tanto el «diktak» como sus firmantes. Ya no cabe el conformismo, el buenismo, la indiferencia, por parte de los ciudadanos que no estamos en esa deriva, que estimamos que la democracia no solo es el sistema de las mayorías que respetan a las minorías, sino también y por encima de todo al individuo, al ciudadano, al ostentador de derechos y libertades intocables por parte del Estado. Ciudadanos libres, pero no clientes amamantados por el Estado, como ha estado sucediendo en Andalucía durante más de treinta años de gobiernos socialistas y, para más inri, con dinero público. Este es el espíritu que destila todo el preacuerdo, al cual se aferra el populismo comunista, cerrando los ojos y la boca ante una sentencia que condena a diecinueve miembros de gobiernos socialistas andaluces. No le conviene a Iglesias recordar ninguno de sus discursos y frases denunciando corrupciones reales o inventadas, cuando los sujetos activos eran del PP. Hay que sepultar esos malos recuerdos con una tonelada de hipocresía.

En fin, los actuales diputados y senadores no progresistas, no comunistas, no radicales deben ser plenamente conscientes de que, sobre ellos, ha recaído la responsabilidad de mantener vigente y efectivo el régimen surgido del milagro de la Transición y de la Constitución del 78.

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