Clamor mallorquinista

“Doy la espalda a toda esta farsa y no me siento identificada con quienes nos representan, No han sido 30 jornadas malas, vamos para 5 años y la situación, inclusive para el aficionado, ya es insostenible.
Sé que se trata de animar y nunca dejaré de hacerlo pero como a viva voz no escuchan hay que encontrar una forma de protesta sin tener que llegar a situaciones tan desagradables”.
Esta demoledora frase, extraída del texto publicado en Twitter por una abonada del Mallorca, refleja el sentir general de una masa social hastiada tanto de los accionistas, como de los ejecutivos y todo el entorno del club. No creo que nadie haya hecho llegar a Robert Sarver o alguno de sus socios este tipo de comentarios, aunque lo ignoro.
José María Lafuente Balle no solo fue secretario de la junta directiva mallorquinista durante la etapa presidencial de Miquel Contestí, sino que es hijo de José María Lafuente López (r.i.p) quien de la mano de Jaume Roselló Pascual (r.i.p) sacaron al club del amateurismo y lo convirtieron en profesional al punto de lograr su primer ascenso histórico a primera división, uno de cuyos artífices, Angel Cobo, murió hace pocos días. Por tanto es una voz plenamente autorizada tanto por su incardinación con la institución, su probado mallorquinismo y sus conocimientos jurídicos y deportivos. Tuvo la valentía de pedirle públicamente a Maheta Molango que se marchara, aprovechando su intervención en un programa de radio, posteriormente en otros ha revindicado con sentido común la necesidad de devolver el club a los mallorquines, aun siendo cierto que quienes podrían sostenerlo jamás le han prestado mucha atención y quienes han tenido la valentía de dar ese paso han sido maltratados y vilipendiados por todos los medios, los de comunicación incluidos. Un periodista de prestigio, Emilio Pérez de Rozas, cuya amistad me honra, escribió no hace mucho algo parecido en un artículo publicado en DM y titulado “Refundemos el Mallorca”.
Ya va siendo hora de que alguien coja el toro por los cuernos y acabemos con esta pantomima impresentable que amenaza con disolver hasta los cimientos, sino profanar los escombros del Lluis Sitjar. Y la destrucción ya ha empezado.
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