No hay mejor estampa humana que contemplar a un recién nacido para apreciar el milagro de la vida. Hace unos días visité a unos amigos que han sido padres de mellizas y me deleité observando aquellos cuerpecitos que succionaban sendos biberones con una boca muy bien dibujada, unas largas manos y una ternura infinita. La escena fue interrumpida en la cálida estancia por un anciano ansioso de conocer a las que muy bien podrían ser sus bisnietas y pronunció estas sabias palabras: “Què som i què tornem”.
El paso del tiempo es inevitable y hasta ahora todos sabemos que nacemos para morir, que hay un principio y un fin que nos iguala (imposible no mencionar las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre). También desde pequeños aprendemos que el ser humano nace, crece, se desarrolla, se reproduce y muere. Y, mientras sucede este proceso evolutivo natural, el género humano avanza a pasos agigantados en cuestiones científicas y tecnológicas, hasta el punto que se afirma que dentro de una década gracias a biólogos y a ordenadores de gran capacidad que reprogramarán las células cancerígenas, el envejecimiento tratado como una enfermedad -mediante esta forma de inteligencia artificial- se curará. Microsoft es la primera empresa encargada de descifrar el código genético para poder mantenernos inmortales el resto de nuestras vidas.
Sin embargo, una vez obtenidos los medios necesarios para alargar la vida hasta límites insospechados me pregunto si alguien ha pensado en las consecuencias que se pueden derivar de este alargamiento que parece que podrá lograr la inmortalidad pero no podrá combatir el envejecimiento y las enfermedades.
Por otra parte, según estadísticas demográficas verificables, en un siglo la cifra de habitantes se cuadriplicará y en el año 2050 nuestro planeta estará habitado por 9.200 millones de personas. En Europa, el número de los mayores de sesenta años se habrá doblado y la media de edad será impensable, aunque nuestro continente será el único donde la población decrecerá a pesar del flujo de inmigrantes. La mayor esperanza de vida se atribuye a una calidad de vida mejor y al buen sistema sanitario del que gozamos actualmente comparando con épocas anteriores en las que sufrimos guerras, catástrofes y epidemias.
De esta forma, la humanidad se va acercando a la inmortalidad y si se cumplen las previsiones es posible que las mellizas que mencionaba al principio estén vivas dentro de 150 años, no obstante, puedo afirmar que no sucederá lo mismo con el ancianito que expresaba su dicha al contemplarlas, porque a él sólo le queda: “envejecer, morir, / es el único argumento de la obra” (Poemas póstumos: “No volveré a ser joven” de Jaime Gil de Biedma).