Catalunya vs España: cuatro apuntes

Si a ustedes les gusta jugar a la Historia observarán que todas las crisis entre España y Catalunya (y van unas cuantas) han tenido siempre dos características. La primera, que España ha optado por la vía represiva para resolver los conflictos políticos. Así ha sido (sólo por poner un ejemplo, sin tirar más “pa'tras”) durante el siglo XIX, cañonazos de Espartero incluidos (“hay que bombardear Barcelona cada cincuenta años”). Véase el Tancament de Caixes, la aparición de la Lliga y la posterior Solidaritat Catalana, el fin de la Mancomunitat de Cataluña (excelente obra de gobierno) a golpe de dictadura de Primo de Rivera y la culminación con la revolución fascista y el caudillaje franquista. Catalunya es el gran objeto de deseo de la represión de Estado. Sólo estoy adoctrinado por la F.E.N. (Formación del Espíritu Nacional): es lo que había en mi tierna infancia.

Lo que está pasando estos meses es un libro conocido. Si la resolución de un hecho político por la vía represiva es una característica histórica que no conduce a ninguna fórmula de solución, la segunda característica es la que el vendaval catalán se lleva cada vez que invoca al dios de los vientos. Nada queda indemne. Al no resolverse, de manera definitiva por la vía política, las diversas situaciones resultantes dejan una profunda acritud y se convierten en la gasolina de la siguiente crisis.

Pero resulta que en España también acontecen coyunturas severas, en general vinculadas a una reformulación continua de los juegos y equilibros de poder con los partidos mayoritarios como principales víctimas. En la España actual, aunque la crisis no está resuelta (y fumando espero, porque la vía represiva puede ser muy dura pero ya no es efectiva), el cambio de paradigma ya se está produciendo, casi en paralelo a lo que sucede en Catalunya.

Han pasado dos cosas notables: una, la desubicación de un PSOE que ha perdido su carta de navegación, convertido en monaguillo de un Partido Popular enfurecido. Al mismo tiempo, la crisis también ha significado la práctica desaparición del relato público de aquella “nueva izquierda” encarnada en Podemos; su intento de ser una vía intermedia entre el reto catalán y el pétreo unitarismo español no ha encontrado ni interlocutor ni aplausos.

Ya viene siendo una rutina: cada vez que Catalunya explota, la reacción española no ha sido, nunca, de más comprensión sino de más blindaje españolista. Por ese motivo esta crisis ha devorado al “coletas violeta”, don Pablo.

A Ciudadanos le queda recorrido, y mucho, pero es la piel nueva que necesita la vieja España no sólo para sobrevivir sino también para aumentar la acción incontestable de un Estado más uniformista, más ancestral, más “imperial” (¡ay, Cuba y Filipinas, que todavía duelen...!) y más contrario a la modernidad. Ciudadanos tiene como referente a José Mari Aznar; y viceversa. Ciudadanos hiere rabiosamente a todo aquello que huele a Catalunya (con este objetivo nació) y muerde votos en una España que se desangra por no encontrar un camino que, aunque sea epidérmicamente, pueda encarrilarse en un siglo XXI, un siglo sin Millán Astray, Tejeros, fundaciones Francisco Franco o, si me apuran, IVA en cultura.

No sé qué pasará (nadie lo sabe) en los próximos días. Lo cierto es que ya no valen los parches. Hay que hablar, negociar y establecer puentes de diálogo. Lo demás son vendas que no conducen a ningún sitio interesante.

Por cierto, a mí, como a Puigdemont (miren ustedes, todavía no había salido en este escrito) tampoco me importaría besar la bandera española. Ningún problema. Una cosa es España (sus gentes, su cultura, su mucho) y la otra, muy distinta, es su Estado.

Han perdido la posibilidad de un encaje. Ya no hay hilo para recoser. Han perdido el tiempo. Hace unos años ya lo advirtió el presidente Montilla en Madrid. Montilla no era sospechoso de independentismo. Para nada.

!Lástima!

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