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Caminar para sanar

Por José Manuel Barquero
domingo 04 de septiembre de 2022, 08:16h

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En 1974 el cineasta alemán Werner Herzog se entera que su amiga y mentora Lotte Eisner se encuentra en París gravemente enferma. En ese momento Herzog “decide” que no puede morir, y en un impulso casi místico se propone caminar desde Munich para visitarla, convencido que ese peregrinaje la salvará. Era noviembre, y media Europa estaba cubierta de nieve. Herzog juntó algo de ropa en un bolso, y con una brújula y un mapa recorrió a pie más de 800 kms en 22 días. Fue un viaje titánico, durmiendo bajo cero en establos y granjas abandonadas. Tenía 32 años, y escribió: “Yo caminaba contra la muerte; sabía que si viajaba a pie ella estaría viva cuando llegara. Y eso fue lo que sucedió”. Lotte Eisner se recuperó milagrosamente de su accidente cerebrovascular y falleció nueve años más tarde, a los 83.

“Del caminar sobre el hielo” (Ed. Gallo Nero) es el libro que recoge las reflexiones de Herzog sobre aquella caminata existencial, en unas páginas que derraman dolor, emoción, esperanza y sabiduría. Esto último, la sabiduría, no es lo más sorprendente en un relato escrito por alguien tan joven. Por entonces Herzog ya había filmado dos de sus obras maestras, Fata Morgana y Aguirre, la cólera de dios. A lo largo de su vida el alemán fue recogiendo imágenes de sus viajes por el Amazonas, la Patagonia, el Sáhara o la Australia aborigen, entre otros destinos. Por eso resulta insólito que no exista una sola fotografía de aquella peregrinación a París para sanar a su amiga.

Lotte Eisner había llegado a París muchos años antes huyendo del nazismo. Otros judíos no tuvieron tanta suerte. Primo Levi pasó diez meses en uno de los campos de concentración del complejo de Auschwitz. Unas semanas después de su liberación, aún convaleciente de aquel horror, el escritor italiano decide caminar por los alrededores de Katowice: “Había estado andando durante horas en el maravilloso aire matutino, aspirándolo profundamente, como una medicina, hasta el fondo de mis débiles pulmones”.

Las marchas de Levi y Herzog comparten un mismo propósito, la sanación propia o ajena. Ambas constituyen experiencias íntimas en una época sin teléfonos móviles ni redes sociales. Pero tendremos que reconocer que, incluso hoy, la autenticidad de ese acto espiritual exige una dosis mínima de recogimiento y discreción.

Macarena Olona llegó el viernes a Santiago de Compostela tras caminar poco más de cien kilómetros en cinco días desde Sarria, en Lugo. Había convocado a sus fieles de VOX para que le acompañaran en el Camino tras superar la enfermedad que, según ella, le obligó a abandonar su escaño en el parlamento de Andalucía. Dos semanas de pastillas contra el hipertiroidismo y a caminar, ya liberada del yugo cruel de su cargo electo. Finalmente le acompañaron medio centenar de personas, que al pie de la escalinata del Obradoiro le hicieron entrega de un ramo de flores, como si hubiera ganado una etapa de la Vuelta ciclista a España. Y unas decenas de cámaras grabando, claro.

En este año del jubileo compostelano cada día llegan a Santiago miles de peregrinos de todo el mundo, cada uno con sus razones, sus promesas o sus peticiones al Apóstol. Andando, en bicicleta o a caballo, solos o acompañados, con mascotas, del tirón o por fases… en la versión contemporánea del Camino las modalidades de progresión son múltiples. Pero esta variante de peregrinaje político-religioso con convocatoria masiva a los incondicionales adquiere un sesgo mesiánico desconocido hasta ahora en nuestro país.

A Forrest Gump se le iban uniendo admiradores por la carretera de manera espontánea, pero Olona emplazó con tiempo a sus fans y se ofreció a costear de su bolsillo los gastos de manutención y hospedaje de sus devotos menos pudientes. A mí esta forma de proselitismo político -o promoción personal, que para el caso es lo mismo- me parece una profanación del sentido del Camino convirtiéndolo en una romería. Que se le haya ocurrido a una persona tan creyente y pía como Macarena me deja perplejo.

Los más cafeteros de VOX echarán espuma al leer esta crítica, pero yo les propongo imaginar a Yolanda Díaz desplegando sus enormes orejas en cada parada del Camino de Santiago, convertido éste en el itinerario de su “proceso de escucha”. No cabría mayor frivolidad. Alguien opinará que lo de Yoli sería peor, porque la mayoría de comunistas no creen en Dios. Pero el Camino también es tiempo de reflexión, de conocimiento personal o de búsqueda del sentido de la propia vida en tiempos de zozobra, y estas tempestades también sacuden a los ateos.

Viajar a pie es algo serio, por eso espero que el invento de Olona no cunda entre nuestra clase política. Herzog se emocionó en una entrevista al recordar los últimos días de su amiga: “unos años después de aquella caminata ella estaba casi ciega, no podía caminar, ni leer, ni tampoco ir al cine, y me dijo: ‘Werner, estoy bajo un hechizo que no me deja morir. Estoy cansada de la vida. Ahora sería un buen momento para mí.’ ‘De acuerdo Lotte, aquí y ahora te libero del hechizo'".Lotte Eisner murió tres semanas más tarde.

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