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Café yanqui

Por Eduardo de la Fuente
domingo 28 de mayo de 2017, 04:00h

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La dosis semanal de tonterías amenaza con dispararme los triglicéridos. Veo en la televisión que un colega de profesión publica sus poesías en formato bilingüe. Dice el poetiso juntaletras que el catalán es para los de aquí y la versión española para que «lo lean en Latinoamérica». Tan pancho. Claro, a los de Burgos o León que les den... Maldita lengua del Imperio. Ingenuo si cree que lo leerán en Guatemala, a no ser que le caiga una subvención de esas cada vez más escasas para ir a presentar tus libros por ahí a cargo de las arcas públicas. El tiempo de Escritores Viajeros —qué gran programa haría Andreu Manresa en IB3 con semejante premisa— ha pasado.

Una de las grandes chorradas de la semana viene de los comentarios en redes sociales contra la apertura de una cafetería de la franquicia Starbucks en el centro de Palma, en plena plaza de Cort, frente al Ayuntamiento. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, todos tenemos culos y opiniones. Lo que no deja de sorprenderme es que esas críticas provengan de entornos en los que conseguir el cierre de un McDonalds o de cualquier otro establecimiento de una franquicia estadounidense se interpreta como hacer claudicar al imperialismo yanqui. Son de los que creen que abrir al público los anodinos jardines de Marivent es un triunfo del republicanismo sobre el Borbón. Es el mismo razonamiento infantiloide que lleva a no pocos a la alteración somática de la realidad de que eran belicosos antifranquistas por ir a la montaña de excursión a comer tortilla de patatas, cantar cancioncillas con una guitarra y hacer lo que mayormente se conoce como «hacer el cumbayá». Los que piensan que el Starbucks es algo foráneo y que no merece estar en la plaza de Cort deberían haberse jugado los cuartos como sí han hecho los impulsores del proyecto —que por cierto, son más mallorquines que sa llengo amb tàpares— y abrir un bonito bistro de galletas de Inca con sobrasada, palo con sifón y demás delicatessen patrias, que son muy buenas, pero que nadie aún a ido a vender al otro lado del mundo por mucho que lo merezcan. Supongo que alguno me contestará que no lo hacen porque en Palma lo que sobran son turistas.

La tercera tontería de la semana, el premio gordo, me atrevería a decir, se lo lleva la manifa-party-cutre del colectivo Palma per qui l'habita, no per qui la visita. En su parecer, los guiris sobran en Palma, molestan. El día de la marcha andaba yo por las torres del Temple cuando vi a un vecino malencarado y furiosete el hombre colgar de la ventana de su casa una banderita amarilla de esas con el logotipo del colectivo. Muestra a una anciana garrote en mano ahuyentando a los turistas. Pensé: «anda que hace unos años este barrio no estaba hecho una porquería y ahora está vivo gracias en buena medida al turismo». No tiene ni idea el vecino de lo que se ha revalorizado su vivienda, por cierto muy bien rehabilitada y bonita. Desconozco si prefiere conservarla como en los mejores años del chino, con sus humedades, sus pintadas callejeras y sus lumis adosadas a la fachada a modo de cariátides marginales. Los mallorquines debemos ser los únicos seres humanos del planeta que cuando vamos de viaje a otros lugares no molestamos a los nativos. Aunque vayamos a Pekín, en nuestra forma de razonar, los chinorris son los forasteros, nunca nosotros.

Si por aquello del chiste fácil y el lugar común de adentrarme en arenas movedizas esperan que califique de tontería el jari del carguero Southwester, pueden esperar sentados. No me voy a manifestar al respecto de si la arena ha sido expoliada al pueblo saharaui o de si los activistas prosaharauis actúan de buena fe —que creo que así es—. Lo que me cansa es ver siempre a los mismos políticos parapetados tras la pancarta y perdiendo el tiempo que les pagamos. Tiempo para que se ocupen de los problemas locales y de proximidad y no de cuestiones que pueden ser muy respetables, pero que se hallan en un ámbito competencial superior y no les corresponden.

Al hilo de lo anterior, la que no pierde el tiempo en manifestaciones —que ya pega la solana y no es cuestión de abrasarse la cocorota en la calle— es nuestra diputada superstar Montse Seijas, mujer que tiene el honor de haber sido purgada de Podemos y que es dueña de una superlativa campechanía que deja a la de Juan Carlos I en borderío al estilo del gran Fernando Fernán Gómez. Una indiscreta fotografía ha cazado a Seijas durmiendo a pierna suelta en los pasillos del Parlamento Balear mientras comparecían en rueda de prensa los portavoces de los grupos políticos. Hablaban en un atril a pocos metros de ella, que debía estar lejos, muy lejos, correteando y brincando por el camino de baldosas amarillas en el mundo de Oz. Si no estaba roque perdida, se hacía la inconsciente muy bien, de oscar. Un poco más y llaman al SAMUR. Bien por Seijas, cobra, va al curro y no le hace daño a nadie.

Y esto, para acabar, no es una tontería ni cosa de tontos. Eso sí, he reído lo que no está escrito. En el programa concurso de IB3 Televisió, Agafa'm si pots, Llum Barrera le pregunta a un concursante:

—¿Cual es el nombre del aeropuerto de Palma?

—Ramon Llull— responde con presteza.

—Noooo— Llum le corrige—. Son Sant Joan.

—No, todavía no, todavía no...

El simpático concursante debe ser fan de Miquel Ensenyat y ya da por hecho el cambio de nombre del aeropuerto.

Los últimos días también han sido aciagos para los que amamos la vida por muy insoportable que nos pueda parecer en algunos momentos. Nos dejaron Powers Boothe, Roger Moore, Chris Cornell... Un desalmado sembró la muerte en Manchester. También se apagó la miserable existencia de Ian Brady, el asesino del Páramo, un ser indigno de cualquier compasión. Aunque esa es otra historia.

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