MARC GONZÁLEZ. El equipo de gobierno de Cort decidió ayer asumir el clamor popular y recuperar la denominación clásica –la que nunca dejó de usarse- para La Rambla. Aunque la decisión coincidió con el auto del juez Castro, dice Julio Martínez que estaba tomada desde hacía días. No se explica demasiado que así fuera cuando previamente se había rechazado la propuesta de la oposición en el mismo sentido. Parece ser, sin embargo, que el alcalde quería comunicar (¿consultar?) el asunto a la Casa Real.
La duda de los ciudadanos es si se ha adoptado tal decisión por ser el duque un presunto delincuente o por cochino, es decir, por escribirle marranadas en un emilio a su amigo, haciendo lascivos juegos de palabras con el nombre de nuestra muy ilustre, noble y leal ciudad. Porque, compañero, un duque, especialmente si es yerno del rey, no puede empalmar, eso queda para plebe calenturienta. Los duques regios no fornican, sino que ayuntan y, por tanto, sus rigideces venéreas no pueden despacharse con un empalme, pues de ellas están llamados a emanar los futuros miembros de la línea sucesoria real. A nadie se le pasa por la cabeza que el defenestrado Marichalar pudiera haber dicho semejantes ordinarieces.
Al duque, sin embargo, el auto de Castro le habrá caído como un saco de bromuro de potasio en el desayuno, aunque no creo que se haya dado cuenta, pues desconoce el sabor de dicho aderezo, propio de la gastronomía castrense, puesto que en 1995 quedó exento del servicio militar por padecer “sordera total”. Hay que decir que es muy posible que su esposa también padezca sordera y ceguera totales. A las no pruebas me remito.
A todo esto, y siguiendo su enfermiza tendencia erotizante, el duque está desnudando a su regia esposa ante los tribunales, y lo hace, como en el striptease clásico, prenda a prenda. El auto de Castro cuenta que la sociedad de la que la Infanta era socia al 50%, dedicada a actividades tan concretas y tangibles como el “servicio de consultoría y asesoramiento en gestión de empresas centrados en la realización de planes estratégicos, planes comerciales y dirección de proyectos” contrataba el personal doméstico del palacete de Pedralbes, que se debió comprar con inopinados fondos que aparecían sobre la mesilla de noche de la Infanta cada mañana, como pasa en la rondaia mallorquina En Joanet de sa gerra. La Borbón supuestamente no sabía quién pagaba a sus criados (término clásico y clasista) rumanos, ni de dónde salía el dinero para ello, pero sus presuntas ceguera y sordera, unidas a la tenencia de oído de su marido, explican casi todo.
De lo que sí se va a dar cuenta la Infanta, lamentablemente, es de los efectos anticonvulsivos del bromuro de potasio administrado a su esposo en forma de resolución judicial indigerible. Para eso, la ceguera y la sordera no cuentan.