Un estudio reciente de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, publicado por los prestigiosos doctores Karl Shneiderhan y Wolfgang Wassel, demuestra, claramente, que los súbditos de Su Majestad la Reina de Inglaterra, son los peores bebedores (de alcohol, se entiende) de Europa, superando a los propios teutones, o sea, germánicos, o sea alemanes. Queda claro, pues, que el trabajo científico se refiere al comportamiento colectivo de una comunidad determinada, en cuanto al uso y abuso de alcohol.
El estudio se basa en la realidad provocada por el exceso de bebidas espirituosas, a partir de tres personas o más, en un período que oscila entre las dos y cinco horas después de la última ingestión alimenticia, más habitualmente, la cena; con la excepción de los rusos y eslavos cuyo último bocado antes de empezar a beber es el desayuno.
Los británicos consumen dos o tres bebidas en menos de una hora, desde que el encargado del pub (bar) realiza la famosa última llamada last call, hasta el cierre del local; es decir, desde que se da el aviso vocero y campanero y, con ello, la oportunidad de “tomar” la última consumición (última que no única…), hasta que el establecimiento cierra y echa a los clientes; a algunos, a patadas.
Esta súbita inyección alcohólica se produce, además, cuando el personal lleva horas bebiendo y conlleva una destacada saturación. En el momento del last call, cada británico “carga” desde la barra del bar todo aquello susceptible de ser transportado físicamente hasta la mesa y tragado en unos cuantos minutos. Así, cada cliente se lleva unas cuantas cervezas, amen de licores; porqué resulta que una de las especificidades isleñas es la mezcla de cerveza –a temperatura ambiente- junto con ginebra, vodka, ron o lo que se les ponga por delante, siempre y cuando contenga una graduación considerable y lo más cercana posible a la temperatura corporal.
Según este mismo estudio, los alemanes consumen mayoritariamente cerveza; eso sí, en abundantes dosis. Pero no suelen mezclar. Eso les hace cantar: hay que tener en cuenta, en el mundo germánico que, a la que se junta un grupo, (aunque sean conductores de tranvías) cantan como los ángeles; bien conjuntados, al unísono, con voces concordantes; en este sentido, se parecen a los vascos, con la diferencia que los germánicos, después de un rato de cante, son perfectamente capaces de fundar un partido nacional-socialista, por lo menos.
En cambio, a los ingleses les da por cantar desafinadamente, a grito pelado, sin orden ni concierto (sobretodo concierto) y, para más inri, cada uno entona una canción distinta. ¡Galimatías total! En su estado de perjudicados absolutos, a muchos, no se les ocurre ninguna idea más brillante que tirarse a la piscina del hotel desde el piso 16 para sacarse la duda de si acertarán en su descenso; normalmente, no, no aciertan y se pegan una leche que les quita la sed ( y de paso la vida) de golpe y porrazo gandulero.
Los eslavos “producen” borracheras secas, tirando a tristes. Empiezan a beber a las siete de la mañana…y con el paso de las horas se van arrugando hasta llegar al cenit de la pobreza moral individualizada. Lo mismo les pasa a los nórdicos, principalmente a los finlandeses, sometidos a cupos de “ley seca”: son los famosos casos clínicos de borracheras lloronas (y pesadas, además).
Sobre los españoles, el brillante estudio publicado, apenas menciona ningún rasgo característico. En todo caso, cita, como curiosidad, que dan por acabada la borrachera con un extraño tema musical conocido como “Asturias, patria querida…” mientras se abrazan a la primera farola que encuentran a mano. Y precisamente, los asturianos, a base de mucha sidra, caminan hacia atrás, como los cangrejos.
Curiosidades de la vida…