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Bicicletas con flores y tacones en el hielo

Por José Manuel Barquero
domingo 03 de julio de 2022, 08:15h

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El macizo de Mischabel es una alineación espectacular de montañas que superan los 4000 metros de altitud en los Alpes suizos. Se combinan cumbres abruptas y de aristas afiladas, como el Lenzspitze, y moles gigantescas que podrían verse en el Himalaya por sus dimensiones, como el Dom. A media subida entre el pueblo de Saas-Fee y esas cimas se encuentra el refugio Mischabel. Soplaba viento fuerte en el valle. El teleférico no funcionaba por seguridad, así que tuvimos que meternos los 1.500 metros de desnivel del tirón hasta el refugio con las mochilas bien cargadas para pasar tres días en altura.

Llegué al albergue deslomado media hora antes que comenzara a descargar la tormenta prevista. Estaba casi vacío porque al día siguiente la previsión del tiempo era horrible y sería peligroso salir hacia el glaciar. En el comedor cenábamos Pablo y yo, una pareja hetero de holandeses, cinco chicas alemanas y las cuatro mujeres que gestionan ese refugio con capacidad para cien personas. En aquella situación, la mayoría aplastante de féminas era una novedad absoluta. Sin entrar en el debate sobre la multitud de géneros sexuales que han aparecido en el siglo XXI, siendo optimista la proporción de mujeres que puedes encontrar en un refugio de alta montaña rara vez supera el veinte por ciento.

El día siguiente amaneció soleado en la cabaña, con las nubes aún encajadas en el fondo del valle, amenazando con subir. No hacía demasiado frío, así que salí a la plataforma exterior para contemplar el espectáculo. Tras un par de minutos di la vuelta para acceder al interior por el lado opuesto al se llega al refugio cuando subes. Me quedé pasmado. En la esquina había una bicicleta de paseo, apoyada sobre el pie lateral, con una maceta de flores preciosas en la cesta delantera. Sonreí al imaginar el encargo de las chicas, pidiendo al helicóptero que suministra semanalmente las provisiones que les subiera también aquella bici para adornar la terraza de un refugio a 3340 metros de altitud.

La salida del refugio hacia las cimas que lo rodean no es precisamente un paseo. Hay una buena trepada de roca asegurada con agarres y cables metálicos. Estaba comprobando lo que nos esperaba al día siguiente, cuando mejoraba el tiempo, pero no pude evitar una carcajada. Las chicas del refugio habían colocado una placa prohibiendo subir… ¡con tacones!

Me pareció genial el detalle de la bici, y la ironía de aconsejar no atravesar con stilettos un glaciar. He dormido en decenas de refugios alpinos y nunca había visto nada parecido. Entonces pensé en escribir un artículo sobre el asunto de la sensibilidad femenina, el gusto por los detalles y su sentido del humor en situaciones inesperadas. Le di una vuelta a la idea, y la descarté. Terreno resbaladizo como el hielo, columna peligrosa como un paso expuesto, argumentos no aptos para pieles finas como el aire alpino. Machismo rancio, prejuicios sexistas, heteropatriarcado opresor, bla, bla, bla…

Ya digo que subí con la mochila a tope, incluidos un libro y el Ipad para pasar al menos 24 horas encerrado en el refugio. Cuando me cansé de leer decidí ver en Netflix Super Nature, el último monólogo de Ricky Gervais. Este hombre es un humorista brillante y corrosivo que, como un buen montañero, es capaz de calcular el riesgo que supone subir a un escenario con un guión salvaje y bajar vivo para contarlo.

El tipo no deja colectivo sin recado: mujeres, negros, pobres, gays, lesbianas, trans, integristas religiosos, pedófilos, gordos… y también Hitler, Dios, el SIDA, el cáncer y exploraciones rectales sin compasión. Gervais se reivindica también como minoría: multimillonario, blanco y heterosexual, o sea, menos del uno por ciento de la población mundial. Al comienzo del show tiene que dedicar unos minutos a hacer una pedagogía descacharrante sobre el significado de la ironía, el humor y el valor de las palabras, y la razón por la que nadie en su sano juicio se reiría ante un bebé muerto, pero imaginar un pedo en su funeral puede servir para un chiste. Verbaliza lo obvio: la importancia del contexto en la sátira y la injusticia de la cancelación por un tuit publicado hace diez años. Lo que hoy es aceptable, o hace gracia, mañana puede ofender. Entonces, si no se sirve de nada la disculpa, si no existe la posibilidad de evolucionar con los tiempos, ¿cómo avanzar sin mirar por el retrovisor woke? Lo siguiente es la censura global, el silencio y la pena. Así que cambié de idea, y escribí esta columna sobre bicicletas con flores y tacones en el hielo.

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