Por unas horas, regresamos a un pasado no tan lejano. Fueron solo seis horas, apenas un suspiro, pero nos dimos cuenta que sí, que es posible desconectar y olvidarse del móvil por unas horas y que tampoco pasa nada. Sin quererlo, muchos redescubrimos que sin ese pequeño artefacto adictivo también hay vida. De repente, empezamos a mirarnos a la cara los que estábamos en casa o en el trabajo, o incluso los que en ese momento compartían un transporte publico o simplemente iban por la calle. Había gente a nuestro alrededor con la que poder hablar, a la que poder mirar y observar, con la que poder conservar. Por unas horas, para algunos pocas, para otros eternas, utilizamos el móvil en gran medida para su fin originario: hablar por teléfono. Nuestras cervicales también lo agradecieron. Y la vista, ese ojo seco que cabalga hacia la miopía cada vez más rápido por culpa de tantas y tantas horas delante de los dispositivos que nos rodean.
Seguro que el apagón digital de las plataformas del sr. Zuckerberg que se produjo el pasado martes por la tarde supuso algún contratiempo serio para mucha gente, sobre todo para aquellos que de verdad utilizan el móvil como herramienta de trabajo. Pero no así para la inmensa mayoría, que consumen las redes sociales con fruición, de manera compulsiva y sin ningún tipo de autocontrol.
La caída mundial de Whatsapp, Facebook e Instagram ha replanteado el dilema de si podemos vivir sin redes sociales, del uso y abuso de las mismas y de la toxicidad de alguna de ellas. Algunos datos reveladores. En el planeta se contabilizan unos 4.300 millones de usuarios (más del 55% de la población), cifra que en el caso de España se aproxima a los 38 millones, lo que equivale al 80% de la población.
El último informe Digital 2021 elaborado por Hootsuite y We Are Social muestra que casi el 50% de los usuarios de Internet a nivel mundial utiliza las redes sociales para conectar con sus amigos y familiares, y más del 36% lo hace para leer noticias. Usuarios que pasan una media de 2 horas y 22 minutos conectados a las redes sociales y lo hacen principalmente a través de sus teléfonos móviles (99%).
En cuanto a las redes sociales más usadas, Facebook lidera la lista, con más de 2.700 millones de usuarios. Le siguen YouTube (2.291 millones) y WhatsApp (2.000 millones). Pero cuando se habla de cuál es la red social favorita, los usuarios lo tienen claro: en primer lugar WhatsApp (24%), después Facebook (21,8%), Instagram (18,4%) y Twitter (4,8%). A nivel global, los hombres muestran más interés por Twitter (casi el 64%), LinkedIn (57%) y Facebook (56,3%). Las mujeres prefieren redes sociales más visuales, como Pinterest (usada por más del 77%) o Instagram (51,5%).
Las redes sociales son el paradigma de la sociedad de la información y de la sociedad real, pero con su rápido crecimiento aparecen ciertas contradicciones, derivadas de una falta de regulación y cierta impunidad, lo que muchas veces convierte algunas de esas redes en vertederos de fake news, o el escenario ideal para el ciberacoso, el ciberbulling y el linchamiento público. Prácticas que en su gran mayoría tienen como víctimas a los usuarios más jóvenes, más permeables e influenciables. Esta misma semana también conocíamos un dato revelador de la toxicidad de algunas redes sociales o habría que decir mejor, de las consecuencias del mal uso de algunas redes sociales: un 32% de las mujeres que usan Instagram se sienten peor con sus cuerpos, según un informe interno de Facebook. En dicho informe, se advertía del impacto negativo de la red social en especial entre las personas adolescentes.
Como siempre, la tecnología va por delante de la sociedad y abre caminos inexplorados que es necesario recorrer para aprender dónde están los beneficios y dónde los riesgos. Asistimos a una democratización tecnológica e informativa, sin una regulación definida y clara, por lo que la autorregulación y el sentido común aparece como única herramienta verdaderamente útil para no traspasar la delgada línea entre el uso y el abuso. Por nuestro bien, impongámonos un apagón digital diario de unas horas. No les pasará nada. Su cuerpo y, sobre todo, su mente se lo agradecerán.