Barcelona
lunes 17 de noviembre de 2014, 19:29h
Esta semana pasada he estado en Barcelona, por motivos en parte personales y familiares, en parte vacacionales. Por esas extrañas cosas que a veces tiene la vida, yo que voy con mucha frecuencia, ahora hacía casi un año que no había vuelto, por lo que estaba ansioso de encontrarme y charlar con familiares y amigos y que me explicaran de primera mano su opinión y su vivencia de los acontecimientos que han venido desarrollándose en Catalunya en estos últimos meses.
En mi familia, la generación de mis padres procede mayoritariamente de Castilla, casi todos de Valladolid. Después de la guerra civil tuvieron que emigrar y acabaron en Barcelona. Mi generación ya somos todos nacidos en Catalunya y mis primos se han casado con catalanes, tanto de origen como hijos también de inmigrantes de otras áreas de España y así también lo está haciendo la siguiente generación.. Entre mis amigos la situación es similar, con un mayor porcentaje de catalanes de origen.
Entre mis familiares y mis amigos hay desde doctores y licenciados universitarios, hasta graduados, titulados de FP2, de FP1 e incluso obreros no especializados. Hay profesionales liberales, pequeños empresarios, trabajadores autónomos, empleados asalariados, funcionarios, jubilados, pensionistas y, por desgracia, algunos parados.
Así pues, mis relaciones personales en Barcelona cubren prácticamente todo el espectro social, excepto la inmigración extranjera llegada en los últimos 20 años y los altos ejecutivos de banca y de multinacionales. Algunos tienen el castellano como lengua materna, otros el catalán. Algunos son conservadores, otros centristas liberales, otros socialdemócratas, otros ecosocialistas, otros no votan. Algunos son nacionalistas catalanes, otros no. Algunos son independentistas, otros contrarios a la independencia. Pero todos, todos ellos, excepto uno, quieren votar. Todos quieren que se haga una consulta, llámese referéndum o como se quiera, en la que los ciudadanos de Catalunya puedan expresar su opinión sobre el futuro de la relación de la comunidad catalana con España.
También todos, menos uno, están de acuerdo en que la situación actual es insostenible y en que la relación debe cambiar. En como deba ser esa nueva relación discrepan, unos prefieren la independencia, otros un estado libre asociado, otros un federalismo profundo, otros una autonomía avanzada con determinadas competencias blindadas, pero todos, menos uno, rechazan la continuación del actual statu quo.
Ya sé que no se trata de ninguna encuesta científica ni de una muestra representativa, pero me parece que no difiere de los sondeos que vienen publicándose desde hace meses. Otra cosa en la que están prácticamente todos de acuerdo, incluso algunos que han sido votantes del PP, es en la irritación que les produce el inmovilismo político y la agresividad dialéctica del gobierno español y de todo el Partido Popular. Tampoco convence la difusa, inconcreta y divagante propuesta de reforma federal de la constitución del PSOE.
Las posturas de ambos partidos, especialmente la del PP, no hacen sino incrementar cada día el número de partidarios de la independencia, porque cada vez se extiende más la opinión de que nunca desde España se va a hacer una oferta de reconocimiento explícito del carácter nacional de Catalunya y de su condición de sujeto político diferenciado.
De persistir los dos grandes partidos españoles en sus posiciones actuales, se prevé un desplome imparable del PP hacia la marginalidad en Catalunya y un deslizamiento del PSC-PSOE hacia la irrelevancia. Con el agravante, para ellos, del nuevo escenario electoral que se está perfilando en España, el PSOE debería tener muy en cuenta que, mientras el PP ha podido ganar las elecciones generales a pesar de tener resultados muy flojos en Catalunya, ellos no tienen ninguna posibilidad sin una buena cosecha de votos en la comunidad catalana.
Por lo demás, como es habitual en Barcelona, la semana acabó muy bien en los aspectos cultural y gastronómico. Una visita al teatro a ver “El crédit”, una comedia correcta magnificada por la actuación superlativa de dos actorazos como Jordi Boixaderas y Jordi Bosch; una visita a la exposición de El Lissitzky, uno de los grandes de la vanguardias rusas de principios del siglo XX, injustamente relegado y el domingo almuerzo en Can Misèries, en Sant Antoni, indiscutiblemente uno de los mejores restaurantes de cocina burguesa barcelonesa. Esta vez no había en la carta del día la maravillosa capipota amb sanfaina, que justifica por sí sola el viaje, pero sí la tripa a la catalana, las manetes de porc amb llenegues, los canelons de la iaia, la sopa de pescadors, el jarret de vedella, los calamarsets de platja, el bacallà a la llauna y otras delicias. Con desprecio absoluto hacia el colesterol, un día es un día, me decidí por unos espectaculares huevos estrellados y después las gloriosas manitas con llenegues. Mi mujer, más cautelosa con los traicioneros lípidos y muy bacaladera, se inclinó por unos crujientes rellenos de brandada y el bacallà a la llauna. El único pero, la carta de vinos, unos pocos tintos de Rioja, correctos a precios incorrectos, pero se olvida en cuanto te ponen en la mesa las maravillas cocinadas por Christa, que no deja de ser significativo del Geist de Barcelona, de su capacidad de asimilación, el que una de las mejores cocinas tradicionales de la ciudad esté en manos de una alemana.