Probablemente estemos pasando la época más convulsa de nuestras vidas, aunque no, desde luego, de la de nuestros padres y abuelos, a quienes tocó sufrir guerra y posguerra.
Es posible que los gobiernos actuales -estatal y autonómico- cometan más errores que cualquiera de los pasados en su intento de
acertar una estrategia para sacarnos de la crisis. Las promesas electorales en materia fiscal olímpicamente ignoradas, los recortes en sanidad y educación, una política de comunicación manifiestamente mejorable, algunas ideas peregrinas y determinadas polémicas absurdas jalonan a los ejecutivos populares. Es así.
Pero lo cierto es que, aun con todo ello, la oposición está peor considerada -nada menos que once puntos porcentuales- que los gobiernos de Madrid y Balears.
Sin duda, el PSOE se ha ganado a pulso su reputación actual. El cinismo, la hipocresía, la desmemoria y la inutilidad acumuladas
hacen difícil que a la ciudadanía le basten los errores del PP -algunos, de bulto- para pensar en los socialistas como posible recambio.
En el PSOE, bien al contrario, creen que bastará esperar para que al pueblo se le olvide quién nos metió de lleno en esta tesitura, dónde estaban Rubalcaba o Armengol en la anterior legislatura y lo que hicieron. No aprenden. La renovación es una palabra grandilocuente que jamás se han creído, y la coherencia una virtud que, desde luego, no les adorna.
Las sesiones del Parlament son un espectáculo bochornoso, apto únicamente para forofos afectos a uno u otro bando. Escuchar a
Armengol, Diéguez o Thomás despotricar sin hacer la más mínima sombra de autocrítica es pornográfico. Ni una sola propuesta constructiva en un año.
De otro lado, tampoco resulta nada edificante que la diputada popular Ana Aguiló desbarre y llame "dictadores catalanistas" a la oposición, básicamente porque en el PSOE son tan o más centralistas que los del ala derecha del PP, que ya es decir; no ayuda que el President no tenga ninguna cintura política para explorar si existen alternativas al cierre de los hospitales General y Joan March, ni su obsesión por cambiar la Ley de Función Pública; lamentable que se pierda el tiempo en tratar de justificar el nepotismo más escandaloso de Delgado para luego rectificar a la fuerza, dejando con el culo al aire al portavoz.
Bien es cierto que los del PSIB tampoco pueden dar demasiadas lecciones en materia de favorecimiento de familiares, porque si no,
que le pregunten al ínclito Manera de qué forma se consiguió que su pareja -la polémica farmacéutica y ex-consellera de salud, Aina Salom- cobrara la expropiación del solar del antiguo Sayonara a velocidad supersónica, cuando lo normal es que estos procesos sean eternos.
Por todo ello, sería bueno que los miembros "normales" de una y otra fuerza política, aquellos que conserven algún atisbo de sentido de estado, -que los habrá, digo yo-, fueran capaces de superar los discursos maniqueos, vacíos y para autoconsumo de sus líderes y comenzaran a trabajar en un escenario de colaboración para aunar esfuerzos y buscar estrategias comunes a medio plazo que es lo que la sociedad les está demandando a gritos.
No es, desde luego, una buena señal que, a las primeras de cambio, el PSIB se haya desmarcado de la mesa de negociación de un
posible pacto educativo que es imprescindible, sólo para desgastar al govern.
Observo el Parlament, miro a Grecia y tiemblo.