Me disculparán que sea malote: Ver anoche la cara de frustración del engominado Ronaldo, que se quedó con las ganas de lanzar el penalti que tenía que hundir a sus compañeros de equipo, no tiene precio. Como tampoco lo tiene ver trabajar juntos,
organizados como la mecánica de un reloj suizo, sumando diferencias, a castellanos, andaluces, vascos, catalanes, canarios...
Y digo bien, sumando diferencias, no anulándolas. Sí, ya sé que estoy hablando de darle patadas a una esfera de cuero, pero la metáfora es evidente. España brilla y es grande cuando admite, coordina, mantiene y bendice sus diferencias.
Fuimos los primeros Estados Unidos de la historia, un conglomerado de naciones ibéricas con muchísimo en común, pero también con diferencias culturales, lingüísticas, de idiosincrasia. Por eso fracasan todos los intentos de uniformizarnos, de hacernos clónicos de una nación que, al menos en la acepción de unidad cultural, de lengua y de pensamiento, es una quimera
pancastellanista.
La España uniformizadora, laminadora de la diversidad, escupe a la periferia y alienta el independentismo, como se colige de recientes encuestas realizadas por la Generalitat. España sólo es posible si es fiel a su estilo, a nuestro peculiar tiki-taka político. Es difícil que se entienda desde fuera –los franceses, tan demócratas ellos, habrían acabado por la fuerza este asunto hace siglos-, pero lamentablemente es también difícil de entender para quienes, criados en las mentiras del franquismo –aunque no sean franquistas, ni siquiera de derechas- han acabado de asimilar inconscientemente el concepto de la España
una, grande y libre.
Nuestro desprestigiado y políticamente servil Tribunal Constitucional se encarga a menudo de dar razones a quienes quieren acabar con la unidad de España, asqueados del desprecio permanente de otros españoles.
Pronto se cumplirán treinta y cinco años de los Pactos de la Moncloa y de los subsiguientes sobre la configuración territorial y política del estado, alentados por el ministro Clavero Arévalo. El famoso “café para todos” fue un error que creó una estructura política y económicamente insostenible. Sería conveniente revisarlo con criterios racionales e históricos, pero no voy a seguir por ahí, que esto es un artículo, no el Manifiesto de los Persas.
Pese a todo, algunos locos, entre los que me encuentro, todavía creemos que España es un sueño posible, quizás un modelo para una futura unión política de las naciones de Europa, pero siempre que asumamos todos que somos grandes porque somos muy distintos y porque aprendimos a sobreponernos a ello y a sacarle jugo, ante el asombro de otras naciones, que no se la roban Iniesta ni rodeándole los once.