Me perdonarán los miembros del sacrificado gremio de la venta del pescado, pero, como soy catalinero, a menudo los símiles, metáforas y fábulas que uso para escribir mis cositas denuncian mis raíces. Otros hubieran preferido situar a nuestros ínclitos líderes en la verdulería. Se trata de tópicos, ya lo sé, pero mi madre (q.e.G.e) me contaba las tremendas peleas que tenían entre sí illo tempore las pescaderas del mercado de Santa Catalina –que eran mujeres, pues sus maridos eran quienes pescaban, no me hagan decir la gilipollez ésta de “los pescaderos y las pescaderas”-, riñas antológicas protagonizadas por lo más florido del ramillete de malnoms de mi minúscula patria. (Santa Catalina es una nación, y al que me diga que no, lo reto a un combate a pedradas en sa Feixina).
Pues bien, todo este rollo viene al caso porque esta legislatura PP y PSIB están empeñados en convertir el Parlament –el antiguo Círculo, quién lo ha visto y quién lo ve- en un remedo de pescadería o verdulería de principios del siglo XX. Entonces se podía ir al mercado esperando que la amable pescadera le llamara rei o guapo –este último nunca fue mi caso- y que le informara de si tenía verderols, llampugues o ratjades de lo más fresco y preciós, pero no creo que fuera dable esperar que, mientras destripaban el género, le hablasen a uno de las obras de Heródoto de Halicarnaso, o del Discurso del Método de don René.
De la misma forma, no debemos esperar que durante esta legislatura nuestros aprendices de pescaderas –no les llegan ni a la suela de las alpargatas en ingenio, ni en mala leche- hagan otra cosa que reñir y reír a nuestra costa. El espectáculo de cada martes es sobrecogedor. La función natural de un parlamento, que por si no lo saben es la de elaborar leyes, se ha aparcado, en parte porque el Govern ha decidido prescindir de la ley como instrumento y se dedica a legislar por decreto –lo que técnicamente se llama decreto-ley-, lo cual indica su talante absolutista y la voluntad de relegar a Montesquieu a los libros de historia del derecho.
Pero, eso sí, a cambio nos enteramos de los negocios que regentan o regentaban y supuestamente no deberían regentar nuestros políticos, de las triquiñuelas de otro por no cumplir con las sentencias de los tribunales que no le gustaban –qué morro, por cierto-, de los jardines que arreglaba la pareja sentimental de la jefa de la oposición, de los heterodoxos sistemas de selección de altos cargos de IB3 o de los familiares que resultan ser los más eficientes asesores de consellers. En fin, todo muy divertido.
Lo malo es que este circo lo pagamos nosotros y continuaremos haciéndolo durante dos años y medio más. De la pescadería, al menos, uno se iba con su compras envuelta en un papel de estraza. En el Parlament, nosotros seguimos pagando el pescado, pero se lo comen ellos. Y no es alatxa precisamente.