Así se titulaba una de las primeras películas de Woody Allen, que caricaturizaba una ficticia república sudamericana. Se ve que el chandalero Chávez, el elegante Evo Morales, la recauchutada Cristina Kirchner y el resto de fantoches bolivarianos la vieron, está claro.
España, que nunca ha brillado por su política exterior ni por sus servicios de inteligencia, recoge lo que sembró. Sus contadas multinacionales, en lugar de invertir en países serios de nuestro entorno -Europa del este, por ejemplo- concentraron sus esfuerzos en estados supuestamente hermanos que, más allá de la lengua, los toros y su odio a España, comparten bien pocas cosas con nosotros. Es sabido que somos muy burros con lo de los idiomas y, claro, nos es más fácil tratar de hacer negocietes con las repúblicas de la América hispana que, como Alemania o Francia, con los países emergentes de Europa.
Todo este rollo de la madre patria y patrañas semejantes es una excusa como cualquier otra para intentar sacarnos los cuartos mutuamente y para que nuestros empresarios se envuelvan en la bandera española cuando los regímenes de estos países les fastidian el invento. A mi, personalmente, me importaría una higa que Repsol o Red Eléctrica sean expropiadas, confiscadas o expoliadas, si no fuera porque al final todos estos desmanes los pagamos los ciudadanos y no sus sesudos consejeros delegados.
La comparación de la Commonwealth británica con la banda de repúblicas hispanas denota lo que somos y lo que hemos sido en la historia, más allá de mitos de Isabel y Fernando el espíritu impera y paparruchas franquistas diversas.
Hispanoamérica, desde México a la Argentina, es un conglomerado de repúblicas bananeras -haya o no plátanos, y con honrosas y escasas excepciones- con las que, si pretendes el negocio fácil de cambiarle al indio cristalitos de colores por oro, como han hecho Repsol, Red Eléctrica, Telefónica y otras, te acaban poniendo mirando al Aconcagua.
Salvo Chile, Colombia y algún otro país, hacer negocios en América es un mal negocio para España. La única seguridad jurídica es la de que te van a dar.
Pero, claro, los vínculos de sangre, el idioma de Cervantes, los intereses de la Corona y el sursum cordae patriotero pesan más que la prudencia empresarial. Para colmo, a todos estos que día sí y día también se ríen de nosotros, como estado en franca descomposición que somos, no sólo les beneficiamos con nuestro dinero, sino que les otorgamos la nacionalidad con preferencia a nuestros vecinos europeos, los metemos en nuestro ejército -quién lo ha visto y quién lo ve- y les abrimos las puertas para que sigan enviando divisas a espuertas. Somos así de Quijotes. Y en eso, Zapatero y Rajoy son prácticamente iguales.
Pero claro, qué se puede esperar de un país que, como única respuesta al latrocinio de la Kirchner ha dicho que no le comprará más biodiesel y que le condona la deuda a un Evo Morales que se cansa de insultarnos y ni siquiera nos compra esos jerseicitos tan monos que pasea.