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¡Arriba España!

viernes 28 de junio de 2019, 08:21h

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Sí, señor, lo reconozco, el título de este artículo es una burda provocación, un intento, exitoso -puesto que usted lo está leyendo- de atraer su atención.
Pero, en el paraíso de lo políticamente correcto, llamar la atención está prácticamente prohibido, salvo que sea para interrumpir oficios religiosos enseñando las tetas o para embadurnar con grafitis las paredes de nuestros monumentos, en cuyo caso no solo esos actos no son objeto de condena, sino que a algunos dirigentes de nuestra progresía sus autores les provocan sentimientos de ternura. Ah, esos chicos y chicas, siempre tan revoltosos...

Llamar la atención, sin duda alguna, era lo que un grupito de adolescentes de un colegio de Palma pretendían al tomarse una foto de final de curso haciendo literalmente el ganso, algunos de ellos brazo en alto, como no hace tanto tiempo era común en nuestras escuelas, solo que entonces era obligatorio y se hacía en formación.
Leer determinados titulares de la prensa de estos últimos días, refiriéndose al gesto de estos imberbes como el 'saludo nazi' pone los pelos de punta, pues indica que en algunos medios ya tiene licencia para escribir cualquier subproducto fracasado de la ESO.

Obviamente, faltó tiempo a las fuerzas de la progresía imperante para poner el grito en el cielo, con portavoces indignados pidiendo la rescisión del concierto educativo, como si el colegio hubiera orquestado aquello de forma alevosa y en el Parc Bit se estuviera fraguando el putsch de la cervecería o la noche de los cuchillos largos para acabar con nuestro régimen democrático. Una vez más, la izquierda banaliza el nazismo, probablemente como forma autodefensiva de hacer lo propio con el comunismo, al menos tan criminal como aquél, con la diferencia que este último sigue existiendo y asesinando a mayor gloria de Marx, sin que eso, por cierto, parezca preocupar en lo más mínimo a nuestros progres.

En España, por si no lo saben algunos bisoños dirigentes políticos, hubo un régimen dictatorial que duró hasta mucho después del fin del abominable nazismo y en el que, pásmense, el saludo romano -origen común del saludo fascista, del de los falangistas y también, claro, del nacionalsocialista- se perpetuó entre capitostes y organizaciones juveniles oficiales hasta bien entrados los años setenta. Les aseguro que los miles de jóvenes que, a lo largo de décadas, se formaron en aquellos campamentos de la O.J.E. no pensaban precisamente en la efigie de Adolf Hitler cuando cantaban brazo en alto el Montañas Nevadas. De hecho, algunos de ellos han sido, de adultos, notorios dirigentes de nuestros partidos de la izquierda. No daré nombres para no sonrojarles, aunque, en realidad, no tengan de qué.

Por tanto, la probabilidad de que los chavales del Parc Bit, implicados en semejante ultraje al buenismo asimétrico, estuviera intentando homenajear al nazismo es ciertamente ínfima, aunque solo sea porque alguno de ellos ni siquiera sabía qué brazo alzar, y todo ello pese a que su gesto sea hoy tan políticamente incorrecto que hasta el propio centro educativo haya pedido públicas disculpas y haya tachado los hechos de intolerables.

Nuestro país retrocede a marchas forzadas en cuanto a libertad para salirse del rebaño. Ya no dejamos siquiera que los adolescentes, como les es propio, hagan el asno.
Recuerdo cuando, en los primeros años de la transición, mientras cursaba el bachillerato en el Instituto Ramon Llull, nos divertíamos montándole un circo al profesor de educación física -naturalmente, antiguo miembro del llamado Frente de Juventudes- alzándole el brazo en el patio y cantándole el Cara al Sol, para su desesperación, pues no quería que el resto de profesores creyeran que él nos incitaba. De aquella notable generación, por cierto, no recuerdo a ningún compañero que posteriormente milite o haya militado en la extrema derecha o siquiera que, fruto de aquellas gansadas, se haya leído las obras completas de José Antonio Primo de Rivera. Estábamos en la edad burral y hacíamos el burro, nada más, ni nada menos.

Lo trágico de esta libertad vigilada en la que nos ha sumido la dictadura de lo políticamente correcto es que a ningún dirigente de nuestras instituciones le hubiera importado lo más mínimo que los jóvenes del colegio en cuestión se hiceran una foto puño en alto con un retrato de Fidel Castro, de Arnaldo Otegui, de Josu Ternera o de Kim Jong Un, o besando la bandera ácrata o la de la hoz y el martillo, ni que, por ejemplo, se mostrasen escupiendo un crucifijo o quemando una foto del Rey. Porque eso, para ellos, sí es libertad de expresión.

Confieso que esta memoria selectiva y sectaria de la izquierda me produce arcadas, porque es profundamente reaccionaria y está siempre dispuesta a encubrir los crímenes y los abusos de aquellos que íntimamente considera de los 'suyos', mientras condena cínicamente todo aquello que no le gusta. Aunque sea solo la inocente gansada de un grupo de adolescentes.

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