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Aquellos años de cinéfilos

jueves 22 de agosto de 2019, 03:00h

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Desde mi infancia he tenido el cine muy presente en mi vida, ya que siendo de San Sebastián, a una edad muy temprana comencé a participar en los festivales de cine.

En los colegios de Donostia nos hacían partícipes incluso de ser pequeños jurados y de participar en el famoso festival de San Sebastián que se celebra habitualmente la tercera semana de septiembre.

Hacíamos largas colas que podían durar horas, para poder coger entradas para todas las películas que previamente habíamos seleccionado en nuestro catálogo cinematográfico.

Recuerdos días de 4 y 5 películas, con mi moto moviéndonos de cine a cine para poder ver la película elegida, muchas de ellas de cine alternativo, ese que está reservado a los muy cinéfilos, esas personas que parecieran no ver nada como comercial porque va en contra de su religión.

Y en ese ambiente crecí en mi adolescencia, rodeada de documentales checos, películas chinas de 3horas y films variopintos que, tal vez, a día de hoy no volvería a elegir.

Ello me dio un baraje fantástico para poder saber en el primer minuto de la película si lo que iba a ver era un bodrio o no.

Ver una película comercial, “americanadas”, estaba prohibido si querías ser “cool” y “lo más”, entre los ambientes más progres y cultos de la ciudad.

Fue una época en la que una tarde cualquiera elegíamos ir a ver galerías de arte, o a debates políticos o culturales por mi preciosa ciudad natal.

Todo era válido para una generación que absorbíamos la vida con ilusión y con muchas ganas de cambiar el mundo.

Y en especial recuerdo las tardes de verano, como si del diablo se tratara, casi estaba prohibido acudir en julio y agosto al cine, porque dábamos por sentado que todos los bodrios producidos durante el año se darían en esos meses y exclusivamente serían películas comerciales.

Los meses estivales no quedaba bien ir al cine, todo lo contrario, aprovechábamos los pocos días que no llovía para hacer lo que se hace en verano, playa, paseos y descanso.

Pero cuando llegaba septiembre, nuestro gran mes, todo cambiaba y la alegría llegaba con ese mes, más en mi caso que cumplo años el día 2 de ese mes.

Parecía que se abría la puerta al buen cine, los festivales, Festival de Venecia, seguido de Toronto, San Sebastián, NY, Londres… y así íbamos disfrutando de esas películas que en verano no llegaban nuestras salas.

Pero ahora para los que son cinéfilos, como mi amigo Paco, quien posiblemente fue uno de los últimos suscriptores de la revista Cinegrama en España, han cambiado mucho, ahora tenemos Netflix, HBO…., donde podemos elegir cine a la carta y durante todo el año, lo que ha bajado claramente la asistencia a la gran pantalla.

Pero he de decir que no es lo mismo, aunque tengas una gran tele en casa o una pantalla incluso donde reproducirlas, el cine era para mi un ritual.

Salías con los amigos, obvio nada de palomitas ni nada de comer, un cinéfilo no come palomitas en el cine, hace ruido y puede molestar al resto, en el festival de cine estaban prohibidas y así aprendimos nosotros las normas del cinéfilo, después cafecito o chocolate con churros para comentar la película e imaginar lo que el director había querido decirnos, la metáfora de la película, o finales mejores que solo a ti se te ocurrían o simplemente para seguir soñando y para interrelacionarse y sociabilizar como un culto más a una de las grandes artes, EL CINE con mayúsculas.

Para no perder las costumbres este año intentaré ir a San Sebastián en el festival, para recordar esa sensación de bienestar que me daba el verano que acababa y el paraguas y la gabardina nueva que siempre nos acompañaba, cuando existía el otoño y la primavera y el sentarse a imaginar finales posibles en la Gran Pantalla que nos transportaban a otros tiempos que siempre parecían mejores.

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