Todo empezó con la cultura. Llegaron los socialistas a la escena política y de pronto, la cultura solamente era cultura si era de izquierdas. La apropiación de nombres como Picasso, como Miró, como Tapies, fue total por parte de la izquierda progresista. Más allá del socialismo no existía ni la cultura ni la intelectualidad. Pemán era proscrito de los libros de textos, junto con un cúmulo de intelectuales como Unamuno que se atrevió a decir «No hay gobierno en Madrid; hay solamente bandas armadas, que cometen todas las atrocidades imaginables. El poder está en manos de presidiarios que fueron liberados y se pasean blandiendo sus pistolas». A la cultura le siguió la lengua. Ya no era un medio utilizable por todos, sino una concesión de las izquierdas al resto de los mortales. La lengua, sea la que sea, excepción hecha del castellano, era y sigue siendo propiedad intelectual de las izquierdas. Ellas son las únicas que tienen el derecho al uso, al manejo y, de paso, a la imposición. La rebeldía contra tal política tiene el marchamo de la intolerancia. La apropiación de la lengua se amplió a la implantación de un nuevo lenguaje. Las palabras comenzaron a ser malditas si no se ajustaban a los parámetros y directrices del socialismo. Había entrada en escena la fobia, a todo aquello que el lenguaje viniese a significar una contradicción con lo establecido como políticamente correcto. Con esa entrada se estableció la ideología del odio. Todo cuanto fuese expresión de discrepancia con un código de estilo surgido desde la cúspide socialista, era objeto de maldición y de escarnio. Nos estábamos acercando a cumplir con la afirmación de Churchill; «Los vasos de la cólera rebosan» hacia todo cuanto no se ajustase a ese código de estilo.
En ese afán expropiatorio, penetramos en una lucha, no de clases, sino de género. El NOM, impregnado de socialismo, pretende abandonar la definición tradicional de género contenida en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998, cuando expresa, que el término “género” es una referencia a “los dos sexos, masculino y femenino, dentro del contexto de la sociedad”. Y discrepar de ello es adentrarse en la gehena socialista. Tanto es así, que en el espectáculo del llamado Orgullo, un socialista asturiano clame que «Para protestar hay que ofender» y se monta un calvo, ante Arrimadas, sin prejuicio alguno. Y es que, a la hora de defender su posesión, todo vale, con tal que implique el menosprecio al prójimo no adscrito. Incluso, lo que estiman autoridad moral, les faculta para menospreciar al homosexual que, dice, no es socialista, no es populista, no es comunista. En tal caso, no es de los nuestros, y merece la repulsa ética por falsario, por felón, por no ser de izquierdas.
Y en esa senda, se han apropiado de la educación. Solamente los socialistas, las izquierdas tiene derecho a establecer cómo, en qué debe consistir la educación de los alumnos. "Hay que hacer frente al pelotón de odiadores que tenemos delante". "Que los hombres entiendan que están en un privilegio y hay que deconstruirlo". "Es importante que los niños crezcan en los valores del feminismo". Este es el argumentario sobre el cual se apoya una regidora de Palma para fundamentar la política educativa que pretende aplicar. Sus palabras, junto con su lenguaje corporal, fijan claramente el odio que destila esa mente hacia todo aquello que no sea su sectarismo. Para esa regidora y el progresismo, reivindicar la heterosexualidad es caer en el moralismo Con ello, se apropia del derecho natural y legal de los padres a educar a sus hijos según sus personales principios. Estos no valen para la regidora, deben ser desterrados y sustituidos por los suyos, porque así entiende que la política se lo permite. La apropiación de la educación, el apoderarse del alma del niño, no es algo nuevo, el ministro socialista Llopis ya lo ansiaba. En la actualidad, la pátina es «lgtbifilia», y en tiempos de la república, era simplemente «clericalofobia».
Feminismo, otra apropiación de los socialistas. Esa gran intelectual, la viceministra en funciones, se ha explayado, adjudicando al socialismo la defensa, en exclusiva, del feminismo. Un feminismo que le permite usar la expresión «…no, bonita» dirigida a toda fémina que se declare partidaria desde aceras no socialistas. No acepta la etiqueta ajena, pero ella sí endosa la de «socialista». Su sectarismo intelectual no le permite recordar a la Clara y la Yema, Campoamor y Kent, y el sufragio femenino. Y es que, para una cabal progresista, el feminismo es socialista o no es, tanto como la corrupción es de derechas, o no es.
Seguir no sería difícil, en esa retahíla de usurpaciones por el socialismo de valores, principios y privilegios. E incluso de la historia. Han convertido su derrota en un fracaso ajeno, pretendiendo vendérnosla como una defensa de la democracia. Sin embargo, nada de todo ello es justificable. Incluso para Unamuno «Lo que representa Madrid no es socialismo, no es democracia, ni siquiera comunismo. Es la anarquía». Y ahora podríamos concluir con que, tampoco vivimos en una auténtica democracia, por la sencilla razón de que, esos progresistas, socialistas, populistas, lgtbi, comunistas, están en la creencia, como Lenin, de que la democracia es solamente un trampolín para conquistar el poder. El poder del partido, del pensamiento y del orden nuevo.
Y, mientras, los otros, discutiendo si son galgos o podencos.