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Añoranza de Mariano

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 29 de octubre de 2022, 02:00h

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Como es bien sabido, el bueno de Mariano Rajoy es gallego y natural de Santiago de Compostela, aunque siempre he pensado que si por azar hubiera nacido en Mallorca, no sería una persona muy distinta por lo que respecta a su carácter, pues posee bastantes rasgos de personalidad idénticos a los de muchos de quienes hemos nacido en la isla.

Serio, reservado, poco hablador —con pantalla de plasma o sin ella—, irónico, educado, tenaz, escéptico, desconfiado, levemente melancólico y extremadamente paciente. Un mallorquín en toda regla, vamos. O así lo veía al menos yo, sobre todo en su etapa como presidente del Gobierno, en que además era una fuente casi inagotable de anécdotas.

Una de esas anécdotas tuvo lugar hace diez años, cuando la prima de riesgo llegó en nuestro país a los 600 puntos y parecía que el rescate era cuestión de días. Me acuerdo bien de aquel momento porque entonces sólo se hablaba de la prima de riesgo y se decía que no podía haber ningún otro problema mayor. Quién nos lo iba a decir ahora.

En aquellas circunstancias, todos los colaboradores de Rajoy se reunieron de urgencia con él, esperando quizás oír del entonces presidente una profunda reflexión económica, política o incluso filosófica, en la misma línea de la que podría hacer tal vez el oráculo o el profeta que nos revela a los pobres mortales cuál será el futuro inmediato del mundo.

Pero Rajoy solamente dijo: «Ya bajará». Sólo eso, «ya bajará», como seguramente habría dicho también en un contexto similar cualquier mallorquín que se preciase de serlo. De hecho, esa afirmación vendría a ser una especie de equivalente de las expresiones que solemos utilizar aquí ante cualquier problema, como «tanmateix» o «què hi farem».

Aquel vaticinio optimista se acabaría cumpliendo, pues la prima de riesgo bajó poco tiempo después. Desde entonces, cuando me veo desbordado por alguna situación adversa, que últimamente suele ser casi siempre, lo primero que suelo hacer para intentar serenarme un poco es pensar cómo actuaría o qué diría ante ella mi admirado Rajoy.

Y la verdad es que la ansiedad y la angustia me desaparecen al momento, por muy desesperado que me pueda encontrar. En esa sanación psicológica seguramente debe de influir también el hecho de que desde siempre he sido un marianista convencido; yo diría que casi al mismo nivel de Soraya Sáenz de Santamaría o de Alberto Núñez Feijóo.

Por ello, cuando mis amigos me dicen llenos de inquietud que hoy sólo hay malas noticias, intento calmarles utilizando aquella misma fórmula. Así, cada vez que hablamos de la inflación, de la crispación política, del colesterol malo o del calor que hace aún hoy en Palma, invariablemente les acabo diciendo siempre lo mismo: «Tranquilos. Ya bajará».

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