Si algo parece claro a estas alturas es que, en el mejor de los supuestos para Armengol, el REB que se apruebe -si es que se aprueba- será una versión aún más descafeinada de lo que ya se preveía con un gobierno popular, aunque seguramente se haga público con una escenificación propia de los grandes tratados internacionales.
Parece mentira la importancia que puede tener una sola letra. Hemos pasado de Montoro a Montero y la actitud exigente y hasta desafiante del Govern con el ejecutivo central se ha esfumado, como si a nuestra presidenta le hubieran suministrado una caja entera de orfidales para bajarle la ansiedad.
La nueva ministra, enemiga acérrima de todo lo que no sea la España uniforme que es concepto universal de Despeñaperros abajo, no está dispuesta a ceder ante los ricachones baleares, capaces de subsistir incluso sin el PER y las subvenciones que mantienen dócilmente domesticados a sus votantes andaluces.
La invocación de los problemas específicos que provoca la insularidad le parece a Montero una gilipollez; sin ir más lejos, San Fernando de Cádiz también es una isla y allí se vive de miedo, aunque tenga un 27% de desempleo.
Montoro era un tipo que caía antipático, por su peculiar voz, su sorna, su ínsita malafollá y su parecido físico con el jefe de Homer Simpson (dos gotas de agua), pero Montero es, no lo duden, mucho peor.
Lo de los socialistas baleares es como para hacérselo mirar. Retrasaron adrede la aprobación de un REB que ya estaba perfectamente pactado con el gobierno de Rajoy para no darle baza alguna al PP, y ahora se encuentran con que el defensor de los inocentes, protector de débiles y buen tío en general, Pedro Sánchez, no quiere saber nada de nosotros. Aunque ya sospechábamos que a Sánchez no le importa nada o nadie que no sea él, lo que no podíamos imaginar nunca es que acabaríamos añorando a Cristóbal Montoro.