Conozco a Anne y a su hermanito Ander, desde muy pequeños, ambos son hijos de unos buenos amigos míos a los que la vida les ha obligado a construir un manual de resiliencia de verdad, no de esa de la que hablan algunos políticos. Ante una enfermedad congénita de Anne, a pesar del impacto emocional que supone este acontecimiento, han sabido conjugar de una forma admirable y ejemplarizante los cuatro verbos de la resiliencia: insistir, persistir, resistir y nunca desistir. Anne es una adolescente preciosa con unos ojos maravillosos y con una mirada fértil que alimenta, que ha aprendido y ha construido una potente capacidad de resistir, rehacerse, crecer y madurar. Es decir, Anne es un testimonio de lo que es la resiliencia en MAYÚSCULAS. Ella me cuenta “tengo 17 años y todo lo que te voy a contar es desde mi percepción de la vida y de cómo me he sentido con todo lo que he vivido. Cuando nací me diagnosticaron una enfermedad rara conocida como Síndrome de Alagille. Eso provocó que a mis tres años (en el cumpleaños de mi padre) me trasplantaran mi hígado ya que era mucho más pequeño y débil que lo que debía de ser.
Además, tengo mis riñones también pequeños, que afortunadamente los conservo y una vez que muera pienso dárselos a un museo). La operación duró 12 horas, donde yo estaba entre vida y muerte aunque por suerte aunque tuvo complicaciones, podría decirse que salió bien. Tengo una gran cicatriz entre la barriga y mis pechos y me siento muy orgullosa al verla, ya que me demuestra que soy muy fuerte, una persona que vale mucho y puede cambiar el mundo o al menos una parte.
Llevo toda mi vida viajando cada 3-6 meses a Madrid para que mis revisiones médicas y en caso de enfermar por culpa de mi hígado (que da bastante guerra con fiebres y picores de vez en cuando y en casos extremos se mete algún virus por ahí y me quedo semanas ingresada). Cuando me entero de que deben hacerme una pequeña operación para mejorar mi calidad de vida, jamás he sentido temor, sé que siempre sobreviviré y además me emociono demasiado y amo que me anestesien, y sentir que me duermo. Porque es una sensación increíble. Tomo medicamentos todos los días y aunque algunos sepan mejor o peor siempre los tomo y es soportable.
Tampoco me he quejado y me parece un poco absurdo teniendo en cuenta que el sabor se pasa rápido y el agua puede neutralizar parte de este. Aunque eso sí, odio que me pongan vías o me pinchen más de dos veces. Cada vez que siento la aguja pasar por mi piel insulto y en casos extremos he llorado bastante y se me escapó algún golpe. No me juzguen por mi humor, agresividad y palabrotas (tanto de broma como cuando estoy de mala leche), también soy Asperger o para abreviar TEA (Trastorno Del Espectro autista).
Me lo diagnosticaron justo cuando acabé primaria entre los 12-13 años (Repetí segundo de primaria por complicaciones de salud y aprendizaje) y a pesar de mis dificultades para relacionarme soy un tesoro, literalmente: soy cariñosa, empática, gran inteligencia emocional y siempre estoy a tu lado en momentos buenos y malos. Hablo seguido con las personas, tengo una gran creatividad y muchas cualidades más.
No siempre fui así y todavía algunas cosas de las que contaré me siguen pasando. Cuando empecé la ESO era demasiado inocente y eso causó que me dejara engañar fácilmente por compañeros y sufrí, sentí acoso escolar (en sentido emocional, por suerte nunca hubo agresiones físicas), para colmo en segundo quienes creía que eran mis amigas, me sentí traicionado por ellas y comencé a no entenderlas.
En esta resiliencia de la adolescente Ane Iriarte Descals, han sido fundamentales los vínculos de afecto y el acompañamiento de sus padres, que a su vez, han construido una gran resiliencia.
Como decía el gran Facundo Cabral. “en la vida no hay problemas, hay lecciones “. Gracias amigos por esta lección que nos estáis dando.
Han conjugado una y otra vez los verbos fundamentales de una auténtica resiliencia: INSISTIR, RESISTIR, PERSISTIR Y NUNCA DESISTIR.
O como yo digo en derrota transitoria pero nunca en doma.