Hay muchas gente que en las redes sociales pregona su amor por el Mallorca, un sentimiento mal entendido por aquellos que lo confunden con sumisión. Amar a un país no consiste en dejar que sus gobernantes hagan lo que les de la real gana, ni a un hijo en consentir todos sus caprichos, veleidades e insensateces. Todo lo contrario, pues ser mallorquinista encierra una feroz oposición a todos aquellos que perjudican a la entidad con sus actuaciones y decisiones o, en definitiva, supone sentir el corazón y el orgullo de la institución, no seguir los dictados de la propiedad. Las acciones, si, podrán ser suyas, pero el club de ninguna manera.
Sin ánimo de introducir nuevas preocupaciones en medio de un ambiente claramente tenso y enrarecido, un repaso a la trayectoria de los Phoenix Suns no invita al optimismo. La franquicia de Robert Sarver ocupa el último puesto en la clasificación del grupo del Pacífico dentro de la NBA, jamás ha invertido en jugadores contrastados, paga salarios mínimos y recientemente ha decidido sentar a sus profesionales más expertos por jóvenes promesas de la canasta con el resultado expresado en su clasificación. Es más, la revista ESPN le acaba de elegir como el peor directivo de la mencionada NBA. Que se sepa.
La estructura de los clubs de fútbol es, como en la mayoría de empresas, piramidal. Los ejecutivos contratados por los dueños son un verdadero desastre, pero una vez depurada su responsabilidad, la última palabra la tienen los accionistas que, para más inri, son mayoritarios y por lo tanto cuentan con una estabilidad social que no cabe tomar cual patente de corso ni les autoriza a dejarlo peor de lo que lo compraron. Y peor que la quiebra solo es la liquidación.