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Algo pasa en el mundo

Por José Luis Mateo
jueves 10 de noviembre de 2016, 01:00h

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El resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América es una prueba más de que algo está cambiando en el mundo. De nada valen las encuestas, las apuestas y los sesudos análisis de los politólogos. Contra todo pronóstico, Donald Trump será Presidente de la nación más poderosa del globo, derrotando no solo a su rival Hillary Clinton, sino también a su predecesor en el cargo. Ahora parece que los últimos ocho años en la Casa Blanca no han dejado el suficiente poso, parecen no significar nada, como si esa gran esperanza que representaba Barack Obama hubiera pasado de puntillas y, finalmente, no hubiera satisfecho al pueblo norteamericano.

No creo que deba comentar con ligereza los resultados de las citadas elecciones ni sus últimas consecuencias, pues los expertos y los propios ciudadanos estadounidenses tendrán que extraer sus conclusiones. Eso sí, en este caso más que nunca, deseo que aquella máxima de que los políticos difícilmente cumplen sus promesas electorales, se haga realidad en un elevado número de las variopintas iniciativas que el nuevo mandatario presentó durante su campaña electoral. Efectivamente, no me gustaría ver levantar muros entre pueblos, prohibir o restringir la entrada a ciudadanos de determinados países por profesar una religión concreta, echar abajo la tan esperada reforma sanitaria, fortalecer hasta el extremo políticas proteccionistas o cuestionar la defensa de los derechos humanos.

Y es que, a la luz de lo ocurrido en los últimos meses, da la sensación de que la gente se ha cansado. Gran parte de la sociedad se ha hartado, y no solo en América. Basta echar un vistazo al todavía inexplicable asunto del Brexit, a los últimos resultados electorales en Alemania, sin perder de vista lo que puede suceder dentro de poco en Francia y sin olvidar, como no puede ser de otro modo, lo que viene sucediendo en nuestro país. Ha llegado un momento en que, entrado el siglo XXI, con el advenimiento de la globalización y la creciente y crucial trascendencia de las tecnologías de información y de la comunicación, una importante parte de la población mundial se ha plantado.

Parece que las democracias mal llamadas “modernas” alcanzaron su clímax y ahora se plantea el comienzo de un proceso de decadencia que solo puede detenerse a base de profundos cambios. Muchos votantes no entienden ni quieren saber nada de élites, de privilegios, de cesiones de soberanía a cambio de recortes en los salarios, de un incesante goteo de casos de corrupción o de instituciones y organismos que dominan el mundo, pero sin pensar ni tan solo un segundo en quienes lo habitan. Con Internet, todos tenemos acceso a toda la información, a cientos de miles de noticias, vídeos, blogs y redes sociales que nos cuentan minuto a minuto qué está pasando ahí fuera. Y lo que está pasando da miedo. Así las cosas, si de pronto aparece un tipo haciendo sonar su flauta mágica emitiendo sonidos en forma de eslogan callejero, machacón, duro, corrosivo, de los que no se olvidan fácilmente, resulta extremadamente sencillo engancharse o, cuando menos, sentir la tentación de seguir sus pasos. Ahora se torna imprescindible proteger lo nuestro, nuestro país, nuestras fronteras, nuestra seguridad, nuestra economía…y que nadie nos robe…

Sinceramente, creo que deben cambiar muchas cosas. De esto no tengo ninguna duda. Pero de ahí a acabar depositando la confianza en una persona de la catadura moral de Donald Trump hay un abismo. Porque para mí ese el gran problema del nuevo inquilino de la Casa Blanca: es alguien a quien no confiarías aquello que más quieres. No hay más que añadir. Y de ahí que el remedio pueda resultar mucho peor que la enfermedad.

En cualquier caso, y por tratar de extraer algo positivo de todo lo vivido en las últimas horas, me quedo con los discursos de los dos candidatos en el día de ayer, el de la derrota y el de la victoria; han sido de lo mejor que les he escuchado a ambos en toda esta larga campaña electoral. Ayer se presentaron de manera más natural, más centrada, menos soberbia y mucho más cercana, hablando a sus colaboradores, a sus seguidores y a su pueblo de manera serena, pausada y ofreciéndose a dar lo mejor por su país. Si esto implica que se va a aplicar un urgente baño de imprescindible moderación al nuevo Presidente de los Estados Unidos, bienvenido sea. Eso sí, ni que decir tiene que me ha resultado muy complicado explicar a mis hijos que ha ganado el que decía tantas cosas feas de tantas y tantas personas…y eso, por descontado, no es una buena señal. Esperemos que coincida con Sócrates al pensar que “aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a si mismo”.
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