El circo mediático y judicial que estamos contemplando estos últimos días, no es sino continuación de otros que empezaron tiempo atrás. Podría decirse que se trata de uno de aquellos circos con más de una pista que, con esfuerzo y profesionalidad, recorrían el país para solaz de niños y no tan niños. Ahora, ese circo, de producir algo es convulsión, cuando no rabia, al comprobar que una ideología política se está diluyendo por mor de unos hombres y mujeres que ni la tienen como propia ni la respetan en el ajeno. Desde este otro lado de la calle, crece el sentimiento de que algo se te muere en el alma ─ como reza la canción ─ cuando compruebas en tus carnes que su política está completamente alejada del liberalismo conservador, con el acompañamiento de personajes y más personajes que son investigados, engrilletados, metidos en coches celulares, y protagonistas de titulares que se refieren a millones de euros, blanqueados, embolsados o simplemente malversados. El que tales hechos también aparezcan con protagonistas cercanos a otra ideología no es consuelo. Porque, en realidad, lo que duele no es el hecho en sí ─ por ahora presuntamente delictivo y por ello absolutamente despreciable ─, sino que tales conductas surjan desde un puesto de confianza otorgada por las urnas y por la propia militancia. Algo huele a podrido en ese partido cuando conductas ajenas provocan llantos propios. Es demasiado doloroso no sólo que se arrinconen y valores desde el gobierno, sino que en su entorno se destruyan lealtades y confianzas para un personal o familiar enriquecimiento. El llanto no es suficiente para limpiar tales afrentas, dado que no van dirigidas a una sola persona, sino a un conjunto de ciudadanos que, un buen día, creímos, confiamos, encomendamos la defensa de nuestros principios e ideales a unas personas determinadas. Personas que se comprometieron a defenderlos y a aplicarlos en beneficio y servicio de la comunidad toda, y nunca en provecho propio.
Estados Unidos se da un dictador, sui generis, pero dictador, aunque para un máximo de ocho años. En cambio, en nuestro país, hombres y mujeres pueden dedicarse y se dedican a la política años y más años sin límite alguno, con el único requisito de gozar del aprecio de los aparatos y de pasar por las urnas con el embozo de su partido. En este país no se vota al político, sino al partido que lo arropa. No hay un ligamen directo entre elector y elegido. No hay fundamento de competencia, preparación o prestigio entre el candidato y el votante. Por lo tanto no existe un directo sentimiento de responsabilidad para con el ciudadano que prestó su confianza al cargo político. Éste y el aparato no tienen reparo alguno en la aceptación de un cargo por simple amistad o relación familiar. El arquitecto, el médico, el abogado, deben estudiar toda su vida para ejercer con buena praxis su profesión; el político solamente necesita tener un amigo bien colocado. Y llegado un indeseado final, siempre le queda el consuelo de ser eurodiputado. O escribir un libro, como afirmaba Reagan, por no mencionar el bobalicón anuncio de “contar nubes”.
Ante tal escenario hablar de refundación, de regeneración, es un brindis al sol. Echar un vistazo a algunos miembros integrantes de las centurias que aguardan el derrumbe del legado, es caer en el desánimo. Los líderes actuales no se han preocupado nada para preparar el relevo, su relevo, por el contrario todo su esfuerzo ha ido encaminado a confirmar lealtades sin más. Los aparatos no tienen dispuestos reemplazos eficientes al haberse despreocupado de instruir una futura clase política aplicando formación, sentido de la responsabilidad, ansias de servicio, ejercicio público en honestidad. El ejemplo del líder con principios, con valores, con honestas ambiciones no se está dando desde hace muchos años. Por el contrario, a la formación, a la preparación, a la competencia, se las ha suplido con el arribismo, el amiguismo y el aprovechamiento de los contactos o amistades. Este es el panorama que desde una perspectiva neutra y sumamente alejada, se contempla; donde no hay pastor, las ovejas van dispersas y pastan donde les da la gana. Y, como colofón, cabe preguntarse quién tiene el valor de acercarse a la política con el actual espectáculo, cuando primero llega el cámara de televisión que la guardia civil a detener al investigado o a efectuar un registro. O el secreto del sumario se puede leer en los periódicos de la mañana. O cuando un ex político ve archivada su causa después de cinco años de instrucción judicial. O cuando te topas con otro que te recuerda que lleva siete años imputado. No, ni los políticos, ni cierta prensa, ni ciertos jueces animan a meterse en política. Y ello, sinceramente, resulta lamentable.