El primer recuerdo televisivo que guardo del excelente periodista Alfredo Amestoy (Bilbao, 1941) está vinculado al programa «35 millones de españoles», que presentaba junto al malogrado José Antonio Plaza, otro grande de la pequeña pantalla. Lo que más me llamaba la atención de aquel novedoso espacio, subtitulado «Mirando la peseta», era el tono desenfadado y al mismo tiempo crítico que utilizaban sus conductores, toda una heroicidad si pensamos que se empezó a emitir en noviembre de 1974, cuando todavía estaba vigente en nuestro país el anterior régimen político. Según se reseñaba siempre en los títulos de crédito, «35 millones de españoles» era un programa de TVE para «informar, orientar y defender al consumidor». Más allá de ese buen y necesario propósito, que cumplía muy bien, lo cierto es que además era un espacio muy entretenido. Desafortunadamente, no pudimos disfrutar de él mucho tiempo, pues sólo llegaría a permanecer en antena unos pocos meses.
El siguiente programa de Amestoy, ya en solitario, fue «Vivir para ver», que marcó un hito en la televisión española. Se estrenó en octubre de 1975 y se emitió en dos etapas distintas, antes del inicio de la Transición y ya durante su desarrollo, con igual éxito. El esquema del espacio era, en apariencia, muy sencillo. Amestoy comentaba de forma amena cómo había sido la semana televisiva —entonces sólo había dos canales— mostrando diversos fragmentos de noticiarios, reportajes, películas, series, dibujos animados, obras teatrales, magazines, espacios musicales e incluso anuncios. Esos fragmentos daban pie a que Amestoy hiciera justo antes o después de verlos diversas reflexiones, siempre irónicas y mordaces, que a modo de contrapunto intentaban mostrar la distancia que ya empezaba a haber entonces entre la España oficial y la España real. A veces, uno se sorprendía gratamente al ver cómo algunos comentarios especialmente socarrones o sarcásticos habían conseguido pasar la censura.
El decorado de «Vivir para ver» era ya un hallazgo en sí mismo, un panel gigantesco en el que había varias pantallas de televisión, algunas reales y otras sólo dibujadas. Amestoy nos hablaba desde la parte central de dicho panel, que era un gran recuadro con un agujero que simulaba ser también una pantalla. Entre intervención e intervención, a veces se atusaba con sutil y elegante coquetería su rebelde flequillo, que llegó a ser casi tan famoso como el de otro grande de la televisión, Jesús Hermida. Uno de los detalles más divertidos de «Vivir para ver» era que Amestoy no sólo se dirigía a nosotros, los espectadores, sino a veces también —girando la cabeza— a determinados figurantes colocados en la parte trasera del decorado. Ese punto surrealista acababa de redondear todo el conjunto.
Si «Vivir para ver» suponía ya, de manera implícita, una especie de estudio sociológico de la época, el siguiente proyecto de Amestoy, la serie documental «La España de los Botejara» (1978), profundizaba deliberada y claramente en esa línea de observación sociológica. De hecho, fue el primer docudrama rodado en nuestro país. A lo largo de diez capítulos, pudimos conocer a los principales integrantes de la familia Botejara, originaria de la localidad cacereña de Villanueva de la Vera. Los protagonistas de la serie eran los hijos, nietos y biznietos de Pedro Botejara, que había fallecido en 1962. A través de sus propios testimonios personales, pudimos tomar conciencia de lo que había supuesto para miles de familias como los Botejara verse obligadas a abandonar el mundo rural en el que habían vivido siempre e ir en busca de nuevas oportunidades de carácter laboral, a veces en las ciudades españolas consideradas más prósperas y otras emigrando al extranjero. Una de las ciudades que aparecía en la serie era, por cierto, nuestra querida Palma.
Durante los años ochenta y hasta mediados de los noventa, Amestoy seguiría trabajando de manera regular en la pequeña pantalla, tanto en TVE como luego en Antena 3 y Telecinco. A partir de entonces, sus muchos fans le empezamos a perder un poco la pista, si bien, por fortuna, casi nunca ha dejado de estar en activo profesionalmente, ya fuera como comediógrafo, colaborando en la prensa escrita o publicando distintos libros. Algo más de cuatro décadas después de «Vivir para ver» o de «La España de los Botejara», sigue sorprendiéndonos todavía hoy la frescura y la originalidad de aquellos programas. Todos ellos y algunos más, pioneros en su momento, se han acabado convirtiendo hoy en verdaderos clásicos. Cuando uno los vuelve a ver ahora en las redes sociales, siente una profunda nostalgia, sobre todo porque en los actuales tiempos televisivos no resulta demasiado habitual poder ver programas que estén presididos, como los de Amestoy, por la inteligencia, la calidad y la ironía siempre brillante.