El Mallorca volvió a rozar el desastre después de llegar al final de la primera parte con una clara desventaja, 0-2, en el marcador, que consiguió nivelar en el segundo tiempo merced a una reacción desesperada y a pesar de desperdiciar uno de los dos penaltis que el colegiado señaló a su favor. Se equivocarán quienes quieran interpretar algún mérito en el segundo tiempo de los locales que, para ser rigurosamente sinceros, lograron remontar gracias a la parcial actuación arbitral y a los clamorosos errores del técnico visitante que, con las sustituciones de Emaná y Tejera, sumadas a la infantil acción del mallorquín Xisco Campos, regaló el balón a los bermellones. No olvidemos que el Nástic perdonó el 1-3, en el transcurso de una acción cuyo remate final despejó Yuste con el brazo sin el mismo castigo que en el área catalana y que, con el tiempo cumplido, un mal despeje de Aveldaño no fué resuelto por un delantero visitante que encaraba en solitario al meta anfitrión, Cabrero.
Lo que se necesitan son victorias y el empate de ayer, por mucho que sepa a gloria ante la cercanía de la derrota fatal, no arregla ninguno de los problemas que atenazan al equipo de Fernando Vázquez, que parece residir en otra realidad. Fuera de casa, el Gimnástic, revelación de la liga adelante, no es más que un equipo bien trabajado y plantado de forma equlibrada sobre el terreno de juego. Tan poco bagaje es más que suficiente para superar a este Mallorca que, por el contrario, desconoce dónde, cómo y a qué juega, salvo inspiración puntual de alguno de sus atribulados jugadores. Podemos aceptar que la situación, por fortuna, no ha empeorado, pero tampoco ha mejorado que es de lo que se trata y, además, es exigible.