La semana pasada, casi simultáneamente, el presidente estadounidense Donald Trump ordenó la retirada de su país como miembro de la UNESCO y anunció que no validaría el acuerdo con Irán sobre el control de su programa nuclear.
Son dos decisiones que no hacen sino confirmar la deriva progresiva de Trump y su administración hacia el aislacionismo y la unilateralidad, lo que no debería sorprender, porqué él mismo lo anunció repetidamente durante la campaña electoral, expresándolo de forma condensada con el omnipresente eslogan “America first”.
La tentación de la unilateralidad ha estado presente en las administraciones republicanas desde la época de Reagan, y antes, pero siempre habían procurado llegar a consensuar con los aliados los temas más importantes o, al menos, conseguir una aprobación de sus socios, ni que fuera reticente, de sus decisiones más trascendentes en asuntos internacionales.
Bill Clinton, muy condicionado por un Senado de mayoría republicana muy hostil y lastrado por una enorme pérdida de popularidad debido a sus escándalos sexuales, intentó, con escaso éxito, una mayor integración multilateral de su política exterior y sus escasos logros fueron rápidamente anulados por George Bush hijo al llegar a la presidencia. Clinton, por ejemplo, dio su apoyo personal al Protocolo de Kioto de lucha contra el cambio climático, pero nunca consiguió que el Senado lo aprobara y, por tanto, Estados Unidos nunca lo ratificó. También, ya en los últimos meses de su segundo mandato, Clinton firmó la adhesión de su país a la Corte Penal Internacional, que había contribuido decisivamente a crear, pero Bush se retiró en una de sus primeras decisiones.
Barack Obama sí imprimió un decidido sesgo multilateral a su política exterior, siendo algunos de sus ejemplos más sobresalientes la firma del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, del Acuerdo de París sobre el cambio climático y del Acuerdo Nuclear con Irán.
Pero desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha iniciado una espiral de aislacionismo y decisiones unilaterales que están distorsionando todo el entramado de relaciones internacionales que tanto ha costado levantar en los últimos años. En poco más de medio año ha amenazado con salir de la OTAN, ha sacado a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico, dejándolo herido de muerte, sino muerto definitivamente, ha denunciado el Tratado con Canadá y México, imponiendo condiciones nuevas que, en la práctica, lo desvirtúan por completo y se ha retirado del acuerdo de París, pese a la opinión en contra de algunos de sus asesores, entre ellos su propia hija y su yerno, lo que, teniendo en cuenta que los EE.UU. son los mayores contaminadores del planeta, supone un duro revés para los objetivos de lucha contra el cambio climático global.
También mantiene una relación ambivalente y voluble con la Unión Europea y una actitud crecientemente agresiva respecto de China. Llama la atención su relación de perfil bajo pero de mutuo respeto con Rusia, que quizás encubre la muy sospechada intervención a su favor de piratas informáticos rusos durante la campaña electoral contra Hillary Clinton. También mantiene una inquebrantable alianza con las monarquías tiránicas sunís de la península arábiga, especialmente con Arabia Saudita, con la dictadura del general Al Sisi en Egipto y, por supuesto, con Israel.
Sus dos últimos movimientos están precisamente relacionados con Israel. En el caso de la UNESCO, el motivo aducido por Estados Unidos para abandonar la organización es que viene adoptando decisiones y posicionamientos con un sesgo contrario a Israel. No es de extrañar que, de inmediato, el estado judío haya anunciado que también la abandona. También se critica el exceso de burocracia de la organización y la falta de aportación económica suficiente y adecuada por parte de muchos de sus miembros. Ya por estas razones, en las que hay, sin duda, parte de verdad, Reagan retiró al país en 1984. Pero aunque ciertas críticas están fundamentadas, la labor de la UNESCO es imprescindible para la extensión de la educación a todos los países y el abandono de los Estados Unidos es una pésima noticia indicativa de la tendencia creciente al aislacionismo, a encerrarse, a replegarse sobre sí mismos, a ignorar al resto del mundo, excepto para aquello que sea de su estricto interés.
Y el ataque al acuerdo nuclear con Irán está en la misma línea. Solo Israel y Arabia Saudita, enemigos irreconciliables del país persa aplauden la medida. Trump toma esta decisión por decisión estrictamente propia, en contra de la opinión de sus aliados europeos y de sus propios generales. Algunas de las razones que alega respecto del posible apoyo de Irán al terrorismo internacional, podrían decirse con mucha mayor propiedad de los saudíes, con los que mantiene una alianza de hierro. No está claro cuál pueda ser la última razón de desvirtuar el acuerdo e imponer nuevas sanciones a Irán que empuje a la república Islámica a reanudar su programa nuclear y desestabilice Oriente Medio mucho más de lo que ya lo está en estos momentos, como no sea preparar una invasión del país, de consecuencias imprevisibles pero, en cualquier caso, catastróficas.
La política internacional unilateral, errática y agresiva de Trump debería provocar un refuerzo de la cohesión y la unidad de acción de la política exterior de la UE, ya que Europa es la principal perjudicada de la desestabilización de Oriente Medio, pero no es seguro que esta UE apocada, atribulada, deprimida, temerosa y carente de liderazgo político, que ha perdido su referencias éticas y morales, vaya a ser capaz de asumir sus responsabilidades en este momento crucial.