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Ahora Italia

martes 27 de septiembre de 2022, 06:00h

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El ascenso continuado de los partidos de extrema derecha que viene produciéndose en muchos países europeos en los últimos años ha tenido su último capítulo, por ahora, este domingo, en las elecciones generales italianas, con la victoria por mayoría absoluta en ambas cámaras de la coalición de derechas comandada por el partido fascista/neofascista/postfascista Fratelli d’Italia y su líderesa, Giorgia Meloni, segura próxima primera ministra del país transalpino.

No es que sea la primera vez que partidos y políticos de extrema derecha formen parte del gobierno italiano. Ya a principios de siglo Gianfranco Fini, del partido Alianza Nacional, transformación del directamente fascista Movimiento Social Italiano de Giorgio Almirante, fue ministro de asuntos exteriores en el gobierno de Silvio Berlusconi, y, no hace mucho, Matteo Salvini, primero de la muy extremista Lega Nord y, luego, de su propio partido personalista, fue vicepresidente y ministro del interior, también con 'il cavaliere'.

Salvini es recordado por su política xenófoba y racista y sus negativas a dejar atracar en puertos italianos a barcos de ONGs cargados de personas recogidas en el mar y salvados de una muerte segura, contraviniendo el derecho marítimo internacional, que solo decisiones judiciales conseguían revertir y permitir el desembarco de los migrantes. También es recordado por promover querellas criminales contra los miembros de las ONGs por los supuestos delitos de tráfico de personas y contrabando, en una demostración de su talante deleznable y miserable.

Pero la diferencia es que ahora el gobierno italiano estará presidido por una primera ministra que se reconoce heredera de la ideología fascista y admiradora de la figura de Mussolini, el criminal dictador aliado de Hitler y la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y de Franco en la Guerra Civil, en la que sus aviones bombardearon sin piedad Barcelona y otras ciudades catalanas y también valencianas, provocando numerosas muertes de civiles.

Otros países de la UE ya tienen gobiernos ultraconservadores, como Polonia y Hungría, y es casi seguro que el partido de extrema derecha Demócratas Suecos, si es que se puede denominar demócratas a racistas xenófobos supremacistas, entre a formar parte del nuevo gobierno del país escandinavo. Sin embargo, Italia es miembro fundador de la entonces CEE y, tras el 'brexit', es la tercera economía de la UE, y, por tanto, es un país clave para el devenir de Europa, de la máxima importancia, solo por detrás de Alemania y Francia.

Es cierto que la mayoría de los partidos de extrema derecha europeos han modulado su discurso en los últimos años. Ya no proponen salir de la UE; al contrario, la mayoría se muestran ahora partidarios de permanecer en la Unión, entre otras cosas porque necesitan los fondos next generation; pero, eso sí, proponen modificaciones muy sustanciales del tratado que, en esencia, significarían retrotraer la Unión a la primitiva comunidad económica, con preeminencia absoluta de los estados y capacidad para restringir la libre circulación de personas, puesto que la inmigración es su gran obsesión.

De estos gobiernos de extrema derecha no se puede esperar más que soluciones neoconservadoras ultraliberales en lo económico, recortes severos de derechos democráticos; para las mujeres, aborto; para los colectivos LGTBIQ+, matrimonio, adopción, reconocimiento de cambio de género; para todos los ciudadanos, derecho de manifestación, a la intimidad, a la protección judicial efectiva, desmantelamiento parcial y privatización del estado del bienestar y, sobre todo, políticas xenófobas, racistas y excluyentes hacia los inmigrantes. Algo de todo ello ya se viene produciendo en Polonia y Hungría, así que ya estamos avisados.

Es curioso que este año en que se cumple el centenario de la marcha fascista sobre Roma una heredera directa del fascismo haya ganado las elecciones y esté a punto de convertirse en jefe del gobierno de Italia. Es una paradoja de la historia, y tal parece una venganza póstuma de Mussolini en revancha por su ejecución sumaria y la humillación de su cadáver y el de su amante, Clara Petacci, vejados en una plaza de Milán y después expuestos colgados cabeza abajo junto con algunos otros fascistas, en unos hechos que, como demócratas civilizados, no podemos sino rechazar, ya que, si nos comportamos con la misma brutalidad que los fascistas, somos tan despreciables como ellos.

Está claro que el discurso ontológico antifascista elaborado por los políticos demócratas después de la Segunda Guerra Mundial, y aceptado mayoritariamente por los ciudadanos, ha perdido significado para una parte importante de la población europea, machacada por las sucesivas crisis económicas, pandemias, y, ahora, la guerra en Ucrania. De esta manera, se compran los mensajes populistas y simplistas que ofrecen pretendidas seguridades que nunca se harán realidad, pero que se saben vender, favorecidos por la mediocridad, ineptitud, arrogancia, displicencia y, en algunos casos, corrupción, de los políticos de los partidos tradicionales, incapaces de ofrecer soluciones, ni de dar explicaciones creíbles adecuadas a la complejidad de la situación, ni mucho menos de convencer de que vayan a poder encontrar salidas no traumáticas a la misma.

Hace años que Europa carece de líderes dignos de tal nombre. El impulso de los padres fundadores de la idea de una Europa unida tras el desastre absoluto de las dos guerras mundiales, como Adenauer, de Gasperi, Schuman y Spaak, por nombrar solo a algunos de los principales, continuado por otros como Mitterrand, Brandt, Schmidt, Thorn, Delors, Prodi, Kohl o Merkel, parece haberse esfumado y vivimos una época de políticos mediocres, pusilánimes, adocenados, altaneros y, algunos, venales. Solo Macron en Francia y Úrsula von der Leyen en la Comisión parecen tener un cierto fuste para liderar un contraofensiva europeísta contra los ultranacionalismos de extrema derecha, pero dan una imagen muy tecnocrática y distante que no les favorece frente a los populistas.

En 2033 se cumplirán cien años del acceso al poder de Hitler en Alemania. Esperemos que no se repita la efemérides como en Italia ahora.

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