En Mallorca, y en las otras Baleares, se da el fenómeno de los núcleos de población surgidos, por entero, para atender al turismo. Un turismo que inicialmente era sólo de verano y que ahora es de prácticamente todo el año. Me refiero a enclaves como Santa Ponça, Palma Nova, Playas de Muro, Calador o Sa Coma, entre muchas otras muchas.
Cuando surgieron tenían viva únicamente durante el periodo estival, carecían de residentes permanentes o éstos eran tan pocos que debían ir a otros lugares para poder realizar su día a día invernal. También, casi todas esas zonas, pasaron por períodos de decadencia, seguramente porque los alcaldes y munícipes consideraban que esos lugares no generaban los votos suficientes como para movilizarse. Sin embargo, desde hace un tiempo todo esto ha cambiado, tanto por efecto de la iniciativa privada como después también de la pública.
Ahora los residentes permanentes son muchos, su peso electoral es considerable, y, como consecuencia, ya gozan de todos los equipamientos necesarios para hacer la vida sin salir de los núcleos urbanos. Así, actualmente, además de contar con centros sanitarios, educativos, administrativos, etc., también se organizan mercadillos a los que acuden los feriantes que tienen algo que ofrecer, mostrando una evidente preferencia por lo autóctono y local. Muchos de los bares y restaurantes permanecen abiertos todo el año, actuando como centros de reunión y socialización. Las tiendas están mayoritariamente dedicadas a la venta de los coloridos objetos para el disfrute de las playas y caprichos de turistas pasajeros, pero también han aparecido ferreterías muy bien surtidas y otros comercios que invitan al paseo y a la compra más meditada. Así mismo, se pueden encontrar grandes superficies con extensas ofertas de productos muy surtidos.
En estos enclaves la población es tremendamente variada. Hay bastantes más niños que en los pueblos del interior, y los más viejos nunca lo parecen. Hay abuelas que usan minifalda y abuelos que se desplazan en patinete eléctrico. Se escucha hablar muchos idiomas, aunque el español suele actuar de lengua franca. Y la tolerancia parece ser la norma principal. Nunca da la sensación de que un credo se quiera imponer a otro, aunque, lógicamente suelen contar con alguna iglesia católica edificada cuando comenzaron a desarrollarse.
De igual manera, hay quien celebra por todo lo algo el 14 de julio, o el día de San Patricio, sin que nadie se sienta ofendido por ello. En el Arenal de Palma se puede rezar a Allah en público frente a una torre con aspecto de minarete en una magnífica explanada frente al mar. Da la agradable sensación que nadie es del todo extranjero, aunque todos nos podemos sentir un poco así.
Estos sitios tampoco dan la apariencia de existir comunidades separadas, no hay una pequeña Italia, ni una pequeña Rusia, o algo similar, tampoco parece que existan los típicos dimes y diretes de los pueblos más tradicionales. La sensación es de una considerable armonía intercultural en donde, a pesar de respetar la individualidad de cada uno, el moderno fenómeno de la soledad está más disipado.
Es cierto, que en estas poblaciones la arquitectura suele ser impersonal y, con frecuencia, carente del más mínimo estilo, pero es funcional y en ella se puede observar cómo la calidad constructiva se ha ido incrementando a medida que lo hacía la renta. Sus paseos peatonales costeros son una auténtica delicia para desconectar al terminar la jornada. Las posibilidades de ocio que ofrecen son infinitas, aunque, salvo alguna contada excepción, las instituciones públicas todavía no han invertido en museos u otros atractivos culturales.
Definitivamente, estos enclaves cada vez tienen más vida propia y como consecuencia, cada vez resultan más atractivos y más representativos de lo que se puede entender por carácter balear. Yo diría que incluso resultan cada vez más apreciados también para los isleños más arraigados.