Ciento cincuenta personas se han manifestado por la llegada a Palma del barco de cruceros más grande del mundo. Ciento cincuenta sobre una población de un millón ciento siete mil personas.
Y sin embargo, estas ciento cincuenta personas han hecho más ruido que las un millón ciento seis mil ochocientas cincuenta restantes que no se han manifestado públicamente; cosa que tampoco quiere decir que todas ellas estén en contra de los motivos de protesta, porque ya sabemos la afición que hay en España de atribuirse el sentir de la mayoría silenciosa. Pero bueno, la cuestión es que de ningún modo puede considerarse como “masiva” la esmentada manifestación, y, sin embargo, se ha hecho oír.
¿Por qué? No es que solamente se escuche al único que habla, sino que, además, si esta voz va a la contra, la caja de resonancia que obtendrá en su manifestación será superior. Si se hubiera dado el caso que estas ciento cincuenta almas se hubieran manifestado a favor de la llegada del Symphony of the Seas, es muy probable que no hubiera sido tan noticiable.
El hecho es que, aunque podamos considerar esta manifestación como paupérrima en cuanto a afluencia, sus organizadores pueden darse por satisfechos toda vez que llevamos una semana entera leyendo noticias previas a la celebración de la protesta. Por lo tanto, de un modo u otro, ‘han ganado’. Han conseguido que se hable de ello, e imagino que eran conocedores que tenían los elementos necesarios para conseguirlo.
Eso es así. El ejemplo que se pone siempre es que, aunque una institución se haya gastado una cantidad ingente de dinero y esfuerzo en la construcción de una infraestructura relacionada con el medio ambiente, si el día de la inauguración comparece un espontáneo colgado de lo más alto del edificio con un cartel de protesta, será éste el que se llevará la imagen en los medios de comunicación. Es el maquiavélico juego de la imagen.
Muchos echamos en falta que estas manifestaciones relacionadas con la sostenibilidad de los recursos se produzcan ante los guiris borrachos que ensucian nuestras playas de latas y botellas y lanzan sus vomitonas por las calles (con lo que supone de gasto público en limpieza), pero eso no sería noticia. Es más noticia cuando una acción está directamente ideada para molestar, para incordiar, como ha sido el caso. Estos valientes no se han ido delante de la sede de ninguna empresa turística que comercializa cruceros, sino que se han ido a meter directamente con unas personas que habían tenido el -buen- gusto de elegir una ruta que incluía nuestra capital como escala, lo que supone un pensamiento positivo hacia nosotros, que ha sido correspondido de tal fea manera.
Es más que necesario que se produzca una reflexión a nivel general de ajuste de los recursos naturales a nuestro modelo turístico, sin embargo, el fin no justifica los medios.