De chicos, como no teníamos consolas, smartphones, ni artilugios cibernéticos idiotizantes, cuando no estábamos jugando a cualquier cosa en la calle –porque llovía o hacía demasiado calor-, distraíamos nuestro intelecto leyendo tebeos, echando una partida de parchís o haciendo juegos de palabras. Uno de éstos consistía en tratar de dar sentido a los acrónimos diversos más conocidos. Así, los mallorquines de mi generación recordarán como las siglas de la leche Agama –entonces, casi un monopolio- las interpretábamos como “Ahora ganamos algo metiendo agua” o las de la marca nacional de automóviles SEAT, “Siempre estarás apretando tornillos”. Divertidos ripios parecidos –que mi memoria no ha retenido- nos surgían de las iniciales de SMAYA –antecedente de EMAYA-, o de la empresa de autobuses SALMA, todos inocentemente jocosos.
Uno de los más celebrados correspondía a aquel conocido centro escolar de nuestra ciudad –realmente magnífico, por lo demás-, que descomponíamos en “Cerdos importados del extranjero”. Entonces era solo un juego infantil, hoy es, por desgracia, una fiel descripción de un determinado segmento de nuestro flujo turístico.
Porque hace falta ser marrano para comportarse como lo hace la clase de energúmenos –esencialmente alemanes y británicos- que de unos años a esta parte campa a sus anchas en zonas como la Playa de Palma o Magaluf, entre otras.
Resulta indignante que la propia prensa basura de estos países aproveche para dar bombo a los comportamientos incívicos de algunos de sus nacionales, con el consecuente efecto llamada, mientras los propios medios españoles se hacen eco de las andanzas salchicheras de este personal, lo que daña enormemente nuestra imagen como destino turístico, especialmente entre el colectivo de potenciales visitantes que sí son bienvenidos.
Está claro que alguien hace su agosto con este mercado porcino y convendría identificarlo y actuar legalmente en su contra. Ya no se trata de reprimir comportamientos incalificables –para lo cual la dotación policial actual resulta ridícula-, sino de evitar que este lumpen llegue a Mallorca.
El 99 por ciento de los turistas que nos visitan –incluidos alemanes y británicos- son personas decentes, mayormente de clase media, o incluso acomodada y hasta adinerada, que además de sol y playa, consumen nuestros productos, saborean nuestra gastronomía y se acercan a nuestra cultura con curiosidad y respeto. Sin embargo, no seremos noticia por ello, sino porque un batallón de zotes borrachos o drogados –las más de las veces, ambas cosas- se desnudan, fornican, defecan, violan, vociferan consignas neonazis o se atizan en plena calle, y eso cuando no se lanzan desde el balcón de su hotel como demostración práctica de la teoría de la selección natural de su compatriota Charles Darwin.
No puedo siquiera concebir a un grupo de nuestros jóvenes viajando a Londres o a Berlín y ofreciendo espectáculo semejante. Los españoles tendremos muchos defectos colectivos, pero afortunadamente nos suele acompañar el pudor y la dignidad cuando viajamos al extranjero y no solemos hacerlo aborregados.
Vergüenza debiera darles a los representantes diplomáticos y consulares de la República Federal Alemana y del Reino Unido tener que pasar por compatriota de esta piara de salvajes descerebrados. Cuesta entender, entonces, por qué no hacen absolutamente nada para acabar con esta deshonra a su propio país.