Algunas veces pareciera que la sociedad balear y la mallorquina en particular no sabe bien qué es ni mucho menos qué quiere ser en su conjunto. Con la previsible decisión del Consell de Mallorca -pendiente de aprobación en el pleno de la institución insular- de trasladar la Diada de Mallorca del 12 de septiembre al 31 de diciembre de cada año, la ciudadanía observa perpleja que a estas alturas de la historia de la isla se fuerza un cambio para contar con un “relato cohesionador” que impulsará un proyecto colectivo para que los ciudadanos de Mallorca se puedan reconocer como pueblo, en palabras de la Comisión creada al efecto. Como si con la celebración del día 12, como se había venido haciendo hasta ahora, los mallorquines no se reconocieran como pueblo. Este cambio artificial se suma al cambio de nombre de la capital de Mallorca que cada legislatura donde hay un cambio de color político en el Govern y en Cort. ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo, cuando tenemos dudas de la fecha de la fiesta de la tierra y del nombre de su principal ciudad?
Se diría que los políticos toman decisiones comenzando la casa por el tejado, porque lo razonable sería que antes de hacer nada se comprobase la existencia de una demanda social perceptible, lo que en los dos casos citados no ocurre en absoluto. Y tras la constatación de la demanda social, se actuase para satisfacerla teniendo como objetivo fundamental el bien común. Sin embargo, estamos ante cambios que obedecen al capricho de los políticos (de un color y de otro) sin demanda social que lo justifique.
Cuando un gobernante llega al poder, afirma que quiere ser el presidente de todos los ciudadanos, de los que le han votado y de los que no. Pero raramente eso ocurre y las decisiones suelen estar tomadas para satisfacer únicamente a los de su propia ideología, obviando al resto. Comienza a ser hora de que haya altura de miras y no abrir melones innecesarios que nadie ha manifestado querer comer con hambre, porque de lo contrario nos quedaremos sin melones y todos se pudrirán sin que nadie les hinque el diente.