Escribo estas notas un domingo por la mañana. Pero no es un domingo cualquiera (como la vaca que da leche merengada…), sino que se trata de un domingo especial; además, por partida doble. Según el calendario católico, hoy la Iglesia celebra el día de la Pascua de Resurrección en el que se conmemora la vuelta a la vida de Jesucristo después de su tortura y muerte en el monte Calvario, cerca de la ciudad santa de Jerusalén. Según rezan las Sagradas Escrituras, Jesús resucitó al tercer día. Si como cuenta la tradición Jesús fue asesinado un viernes por la tarde y resucitó el domingo, no me salen las cuentas. Algo no entiendo. Pero bueno, vamos al grano: es domingo y es Pascua, primera de las curiosidades de este festivo. El segundo hecho destacado de este domingo que cierra la clásica Semana Santa en casi toda España (laicos, sí, pero no imbéciles) viene marcado por una decisión de la espléndida Comunidad Europea: el avanzamiento forzoso del horario. A las dos serán las tres; a las dos ya han sido las tres.
La sabia decisión de la burocracia comunitaria me parece una extensa gamberrada justificada por la optimización de la energía. ¡Anda ya! Tal decisión tendría algún sentido si repercutiera en el recibo de la luz de los usuarios; eso sería optimizar. Por lo demás, el camelo europeo no consigue nada más que irritar a los consumidores y robarles una hora de sueño, que no es cosa endeble.
A las siete de la mañana ya he sido optimizado: he salido a correr y el parque estaba, aún, a oscuras. Magnífico. Las pocas personas con las que me he cruzado en mi recorrido matinal estaban destrozadas, desoladas, rendidas. Gente desubicada, extraviada por la hecatombe cronológica, perdidas sus ganas de vivir, soñolientas y zarrapastrosas, aletargadas, legañosas y amodorradas; dejadas, en fin, de la mano de Dios. Un grupito de japoneses lucían unos ojos con sus ranuras más afeitadas y rasgadas que nunca: cercenadas, vamos. Entre el jet lag habitual y el cambio horario se presentaban en un estado lamentable; amarillentos, tirando a verde. El descalabro es total.
El personal, ante el inmenso dislate de la orden europea, se desliza por la vida inventando o generando novedosas propuestas que amilanen el efecto desestabilizador de la medida. Una amiga mía –de toda confianza, oigan- cada vez que se ve sometida a este aborrecible mandamiento intenta repartir el contratiempo del calendario en sucesivas jornadas; así, todos los días avanza cinco minutos su reloj y de este modo el impacto se distribuye de forma más humana y racional. En casi un par de semanas se pone al día y aquí paz y después gloria.
Por si todo esto fuera poco, amanezco –hoy domingo de Pascua- con un delirio periodístico de gran calado: observo, en la portada de la edición dominical del periódico barcelonés La Vanguardia, una enorme, a todas luces desmedida, fotografía (70% de la página principal) de Don José Luís Rodríguez Zapatero, el imponente expresidente del Gobierno español con un titular inconmensurable, un auténtico exabrupto político. Al ver la colosal fotografía pienso: “¡tate, Zapatero ha finado!! (si no, de qué este conato de magnificencia de su efigie). Pero no. El titular viene a explicar que su traspaso ha sido solo mental: “la solución para Cataluña es volver al Estatuto anterior a la sentencia del Tribunal Constitucional”.
Bambi: ¿estás bien?