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Son Puig como ejemplo

viernes 21 de diciembre de 2018, 08:44h

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No hay nada más eficaz para desnudar la valía de un político que enfrentarlo a sus incoherencias. Hila, cuyo medio mandato posiblemente no ocupará ni media línea en futuras crónicas palmesanas, es uno de los candidatos a Cort más insulsos que el PSOE ha presentado jamás a la alcaldía de la capital. Accedió a su medio cargo en 2015, única y exclusivamente, merced al tsunami electoral inducido por el aún más nefasto José Ramón Bauzá en la gestión del Govern. Ni un solo mérito consistente le adornaba antes de ser alcalde, y mucho menos después de haberlo sido. Haber ejercido a la sombra de Aina Calvo durante una legislatura se ve que le sirvió de bien poco.

Lo de las torres de alta tensión de Son Puig es, además, la fotografía de quien ni siquiera tiene la decencia de marcharse a su casa tras haber prometido una medida a los vecinos para desmarcarse luego de ella sin rubor alguno, amparándose cobardemente en supuestas imposibilidades técnico-presupuestarias, excusa que jamás fue obstáculo para que los buenos políticos cumpliesen con sus compromisos, aunque fuera por vías alternativas y buscando donde fuere el respaldo necesario.

Sin embargo, está visto que al PSIB no le interesa lo más mínimo amparar a su candidato a la alcaldía de Palma, y tampoco su grupo en el Parlament ha movido un solo dedo para evitar que Hila permaneciera en pelota picada ante los vecinos de Son Puig. Ya escampará, piensan, en el más puro estilo del saltimbanqui Pedro Sánchez.

Josep Melià, del PI, puso ayer el dedo en la llaga socialista, pero solo la oposición parlamentaria se sumó a sus propuestas. Hasta los supuestos ecosoberanistas bendijeron el atentando al medio ambiente y a nuestro patrimonio paisajístico que suponen las torres de alta tensión. Muchas alaracas y tremendismo contra autovías que salvan vidas y silencio absoluto ante esta barbaridad.

Palma merece alcaldes y concejales -de izquierda, centro o derecha- que tengan la decencia de, al menos, no sucumbir en el empeño de cumplir la palabra dada públicamente a los ciudadanos, o de recoger bártulos en caso opuesto.

La verdadera revolución política vendrá cuando los embusteros tengan vetado el acceso a las listas.

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