Douglas Murray abre su libro La guerra contra Occidente. Cómo resistir a la sin razón, Península 2022, afirmando la existencia de una ‘guerra en marcha: una guerra contra Occidente’. Por supuesto, no es, nos dice, una guerra como las anteriores. “Se trata de una guerra cultural y despiadada contra las raíces de la tradición occidental y contra todo lo bueno que ésta ha dado de sí”. Pero, eso sí, es una guerra como sólo sabe librarlas la izquierda.
Tengo la impresión después de leer al ex alcalde de Venecia, Massimo Cacciari (Entrevista en ‘La lectura’, 109, 2024, 8-10) que, en ese contexto, Europa, y el mundo de la política en general, no acaban, en efecto, de enterarse. Siguen manejando conceptos ya caducos y superados de izquierda y derecha. La izquierda, sobre todo, sigue empeñándose en imponer, después de abandonar la socialdemocracia, políticas de identidad que llevan al mundo a la locura y crean más problemas que soluciones. La complejidad del momento actual del mundo, y, más en concreto, de Occidente, postula también un lenguaje nuevo junto con dosis muy superiores de propuestas, de soluciones, que respondan a las necesidades, a las inquietudes y a los temores de los ciudadanos. De la actual ambigüedad e indeterminación en la acción política se está aprovechando ahora mismo la populista extrema derecha. Acabamos de verlo en las pasadas elecciones europeas y en la primera vuelta de las elecciones para formar gobierno en Francia.
“El problema de hoy, recuerda Antonio Lucas al exponer el modo de ver las cosas por parte del filósofo italiano, es otro”. Y lo resume así: “Europa está en un momento crítico. Probablemente en un abismo de no retorno. En el final de la escapada. Y ésta es su llamada de alerta”. Sin duda. Europa ha naufragado. Y, ahí estamos: Anquilosados. Sin saber muy bien qué hacer o qué carta jugar. ¡Una pena! Todo ello dice muy poco a favor del nivel de competencia y grandeza de los líderes europeos actuales. Pero, es lo que hay. ¿Cómo, si tenemos una moneda única, a partir del año 2000, se ha paralizado el proceso que debería haber culminado “en una nueva forma de unidad política” (Ibidem)? “Necesitamos una UE política, no una Comisión política y parcial”, recordó Charles Michel, Presidente del Consejo europeo anterior. ¿Para qué sirve, nos preguntamos tantos y tantos, mantener tan grandiosa y costosísima infraestructura si las consecuencias de la crisis económica 2007- 2008 debieron de ser soportadas por las clases sociales más débiles? Todas estas cosas, expresión de un fracaso en toda regla, llegan, con el tiempo, a pasar factura.
La realidad es que, como subrayado el exalcalde de Venecia, no existe una fuerza política en Europa capaz de tirar del carro en la dirección ideal. “La vieja socialdemocracia está muerta. En Francia los socialistas están fuera, igual que en Italia. Algo de izquierda resiste en Alemania…Pero no es una cuestión de izquierda o derecha”. Éstas sólo cobran sentido en el marco de la detestable polarización. En Europa, “la única autoridad política que queda… es el Banco Central” (Ibidem). El centro político, absolutamente imprescindible, ha sido derrotado en Francia. No así en España.
Sin embargo, llevada del sectarismo nacionalista y populista de algunos estados, Europa se ha permitido el indebido lujo de no seguir patrocinando el beneficioso impulso de la vigencia de las Leyes no escritas de los dioses, de los Mandamientos morales, verdadero fundamento, entre otros, de la civilización occidental. ¡Incomprensible, pero cierto! Sectarismo y prejuicios desechables en vez de humanismo responsable, especialmente necesario en el tratamiento de las migraciones, que tantas tensiones provoca en la ciudadanía de todos los países de la UE (seguridad).
No me extraña que Cacciari se pronuncie, respecto de la señal más alarmante del naufragio europeo, en estos términos: ”La de no saber encontrar, o no querer encontrar, una estrategia eficaz contra la mayor tragedia que tenemos delante: ser una potencia de mediación internacional, una fuerza de equilibrio, una fuerza de paz. Es la tragedia de esta Europa, la incapacidad de cumplir con su misión después de la caída del Muro de Berlín y de la Unión soviética”. Debiera ser una fuerza que propiciase, sin atisbo alguno de duda, la vigencia efectiva del sistema democrático en todos los estados miembros así como su extensión a cualquier otro en el ámbito internacional. Por su puesto, no es admisible en Europa debilidad alguna en la vigencia efectiva de los derechos humanos.
Deseo terminar estas simples reflexiones (podrían hacerse otras muchas sobre cuestiones diferentes, también importantes) sin una alusión a Francia, el gran enfermo europeo. Lo haré con un texto de Arcadi Espada, que juzgo muy acertado:
“Macron ha sido y es un gran presidente —el único líder europeo que no ha condescendido con el populismo— y se ha dirigido siempre a los ciudadanos como si tratara con adultos. Se le reprocha su arrogancia, pero es lo que suele hacer la mediocre turba cuando no encuentra otro argumento de crítica que su propia inferioridad. El que la nación francesa lo haya tratado como la española debería tratar a Pedro Sánchez no le resta un ápice de grandeza. Su decisión de convocar elecciones no solo tiene un valor moral, sino también político. Macron ha ordenado unas maniobras con fuego real para comprobar hasta dónde llegan los míseros dramitas del lepenchonismo. La respuesta indica hasta qué punto es necesario que los políticos e intelectuales franceses empiecen a escribir un relato verídico sobre su propio país. Pero es probable que la audacia incomprendida de Macron haya evitado lo peor, inmunizando preventivamente a la nación ante la auténtica segunda vuelta. Que no tendrá lugar el domingo que viene, sino en la incierta primavera de 2027, con la decisiva elección presidencial”.
En cualquier caso, personalmente tiendo a situarme por instinto en el marco que da sentido a Europa: los valores y principios universales de libertad, de igualdad, de fraternidad y de justicia. Europa debe escuchar infinitamente más a sus ciudadanos y recuperar un nuevo humanismo. Los cambios muy necesarios han de hacerse visibles. Tal misión no se hace con posiciones ideológicas, con desunión, con populismo, con nacionalismo, con autoritarismo a través de aguar la democracia. Se hace con políticas concretas sin abandonar el marco democrático. Franz Kafka ya lo dejó dicho: “Los caminos se hacen caminando”.
Gregorio Delgado del Río