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Trump y occidente

Fue un consejo recibido de antiguo: primero leer, luego escribir para volver a leer. Y sin lugar a dudas, estos días merecen de una atención especial. El comportamiento de los personajes podemitas, hez de la política española, podrían dar para mucho. Desde las huidas hacia delante del argentino defraudador Echenique, hasta la bajeza moral de Monedero, pasando por el “nauseabundo espectáculo” de la alcaldesa de Madrid. Todo ello, bajo la mirada dulce y apaciguadora de un Pedro Sánchez que no se sabe si va o viene. Mientras tanto, el PP de Rajoy y de Soraya, sigue con su mantra del dialogo, pero anuncia que abre las puertas de Europol a los Mossos d,esquadra, sin problema alguno. Es decir, que todo trascurre en nuestro país en un gran batiburrillo sin orden ni concierto. Todo es posible hasta que en un pueblo famoso por sus alcaparras y miel, se coloquen en balcones banderas pro etarras o esteladas independentistas. Pero, no es trascendente.

Sin embargo, en el trasfondo de todo ello y de mucho más que se silencia, lo que sí es trascendente es que, sin apenas apercibirnos, estamos perdiendo la substancia biológica de nuestra nación occidental. Es en este punto cuando se recuerda la lectura del discurso de investidura de JFK, con su Alianza para el progreso, o el espléndido discurso de gobierno de Reagan, o el de defensa de la reforma política de Suarez. Y, a continuación de ellos, surge, sorprendentemente, el de un más que imprevisible Trump en su visita a Polonia. Mientras Rajoy, con motivo de la final futbolística de la selección española, se atrevió a firmar con el gobierno polaco un “memorandum de entendimiento relativo al deporte”, pasó de puntillas ante la historia de la nación ubicada en el mismo centro de la Europa occidental. Una nación y un pueblo que sí supieron hacer uso de su substancia biológica levantándose, en Agosto de 1944, contra el ocupante nazi, mientras Stalin se frotaba las manos con un ejército de millones de soldados aposentado en la orilla del Vístula, contemplando el espectáculo. Seguramente, si nuestro Presidente, aparte de para presenciar el partido, hubiese extendido su mirada más allá del verde césped, se habría apercibido de la existencia de un Ministerio de Familia; de una política que le planta cara a la colonización ideológica emanada de la U. E; de la existencia de leyes restrictivas por las cuales en 2010 se practicaron 644 abortos, frente a los 113.000 registrados en España ese mismo año; de la protección a la objeción de conciencia por el personal sanitario; de la eliminación de la financiación de la reproducción asistida. Polonia, a fin de cuentas, ha sido tantas veces invadida, que sabe defenderse, perfectamente, de aquellas intromisiones indeseadas contra sus raíces europeas. Y lo hace sin vergüenza alguna, ni sin el temor a sanciones emanadas desde Bruselas.

En gran medida, el presidente Trump, en esta ocasión, supo estar a la altura de ese auditorio. Y le habló de la necesidad de recompensar la brillantez, de esforzarse por la excelencia, por las obras de arte inspiradoras que honran a Dios. Mencionó el valor del imperio de la ley, la protección a la libertad de palabra y a la libre expresión. “Ponemos la fe y la familia, no el gobierno y la burocracia, en el centro de nuestras vidas”. Y, prosiguió con su discurso — que los medios de comunicación europeos han silenciado — lanzando un llamamiento a Occidente; “La cuestión fundamental de nuestro tiempo es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir. ¿Tenemos la confianza en nuestros valores para defenderlos a cualquier precio?”, preguntó sin rubor alguno, para concluir “Podemos tener las economías más grandes y las armas más letales en cualquier parte de la Tierra, pero si no tenemos familias fuertes y valores fuertes, entonces seremos débiles y no sobreviviremos”. Se le estaba recordando a los polacos que, en toda su larga historia, en soledad casi siempre, han luchado por su nación, por la familia, por la libertad y por Dios. Y, seguramente, por todo ello están saliendo triunfantes en una Europa que no aprecia ninguno de tales valores y que abre las puertas a todo un mundo extraño que la desprecia, cuando no la considera objeto de conquista. JFK insistía en que perdonásemos a nuestros enemigos, pero que no olvidásemos sus nombres. Son fáciles de recordar; la Europa de Juncker, de Mogherini, de Thysen, de Timmermans, y así hasta 28 Comisarios, no casa con ninguna de todas esas llamadas al reencuentro de Europa con sus propias raíces y su substancia biológica occidental. A ciencia cierta no es posible saber del acierto o no del Brexit británico, pero lo que sí es llamativo es que, del otro lado de Europa, nos han venido a recordar, a nuestro mundo europeo libre y ahíto de bienestar, que otro Occidente sí es posible. Aunque para Rajoy y los suyos, eso de luchar por la familia, por la libertad, por el país y por Dios, le queda muy lejos. Al fin y a la postre, Rajoy está consiguiendo que Lepanto sea una masacre, Bailén una alcaldada, Breda una farsa pictórica, desaparecido todo ello de las asignaturas de Historia. En cambio, viájese a Normandía, y podrá contemplarse el orgullo de estadounidenses, de franceses, de australianos, con respecto a su sacrificio en pro de un mundo libre. Sin embargo, para nuestro gobierno, recordar que hace ochocientos tres años, el 16 de julio de 1212, un lunes, los reyes de Castilla, de Navarra, de Aragón, derrotaron al fanático sarraceno “Comendador de los creyentes” en Las Navas de Tolosa, no es prudente. Puede herir sensibilidades.

Francisco Gilet

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