Presupongo al lector habitual consumidor de información en vena ya sea a través de este digital como a través de otros medios ya sea prensa, radio o televisión. Siendo seguramente esto así, usted se habrá sorprendido la pasada semana al ver como una noticia de carácter puramente científico ha conseguido imponerse, al menos por un día, a las crónicas de juzgado, a los titulares generados por la partida de póker en la que nuestros políticos se juegan el Gobierno de este país, o incluso a la matanza –“gestión” según el conceller del ramo- de cabras en el islote pitiuso de Es Vedrà.
No es para menos. La noticia de la confirmación por vía empírica de la existencia de las ondas gravitacionales, una de las fuerzas básicas del universo predichas por Albert Einstein en su Teoría General de la Relatividad, es una esperada y fundamental noticia que abre una nueva perspectiva para la ciencia.
Lo primero que demuestra este descubrimiento es que Einstein era un genio de una dimensión inimaginable. Han tenido que pasar cien años y evolucionar la tecnología hasta límites insospechados para demostrar lo que él pudo teorizar sin más herramienta que su cerebro mientras trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna, Suiza. Así como quien hace un sudoku para matar el tiempo, el genial Einstein desveló cómo se creó, qué es y como funciona el Universo formulando una teoría tan compleja como estremecedora según la cual conceptos tan sólidos para nosotros como el tiempo y el espacio son, en realidad, elásticos, relativos e incluso deformables.
Lo segundo a destacar de esta noticia científica es que se abre la era de una nueva rama de la ciencia, la Astronomía Gravitacional. Por primera vez podremos estudiar el Universo de hoy y el del minuto cero de su creación a través de un nuevo componente distinto al de la luz. En los próximos años y gracias a la detección de las ondas gravitacionales vamos a hacer descubrimientos que hoy, ni siquiera podemos imaginar. Si el lector es seguidor a partes iguales de Carl Sagan y de Isaac Asimov, seguramente su imaginación estará estos días volando tan lejos como a mía.
Lo tercero que hay que señalar de esta noticia es que en un descubrimiento científico de este calado han participado científicos de la Universitat de les Illes Balears. En silencio, trabajando durante décadas en el proyecto, sin hacer ningún ruido y sin ninguna notoriedad, estos científicos y sus becarios –qué gran papel el de los estudiantes-, han aportado su granito de arena a la que puede ser la investigación científica más importante del siglo XXI. Toda una heroicidad la de estos investigadores y estudiantes, paisanos nuestros, que tienen que trabajar con una precariedad deleznable en un país que no invierte en investigación.
Bien por ellos. Y por Einstein, menudo genio.
Tras garantizar la pasada semana su permanencia en la élite del fútbol español, el RCD…
El Parlament ha aprobado una iniciativa que reclama al Ministerio del Interior el despliegue permanente…
Miles de personas llenan la Plaça de Santa Margalida en una representación única que celebra…
Ser Niños Prodigio tiene sus aristas. De todos es conocido el caso del pequeño Wolfang…
La ‘processó del Sant Enterrament’ vuelve a llenar el centro histórico de emoción y sentimiento.…
‘Milk for Ulcers’, un álbum marcado por la pérdida de su padre Paul Auster y…
Esta web usa cookies.