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Quienes ganaron paz y elecciones

En la misma mañana en la que el Congreso de los Diputados celebraba la primera sesión de control al nuevo gobierno fallecía en un hotel cercano Rita Barberá. Al disponerse un minuto de silencio abandonó el hemiciclo con su gente el impresentable diputado Pablo Iglesias quien, a continuación, se explicó en el pasillo de forma repugnante. Está claro que la gente como él no es capaz de respetar ni la paz de los muertos aunque es capaz de tragarse fácilmente las corrupciones de sus vivales. Hace cuarenta años, un día de noviembre, que no solo es un mes funerario, se aprobó la ley para la reforma política que posibilitó la celebración de unas elecciones libres que establecieron las bases de participación sobre las que se edificó el sistema constitucional vigente. El presidente de las Cortes Españolas, que era como se denominaba la institución legislativa hoy transformada en Cortes Generales, cuidó que la ponencia que presentaría el proyecto de ley estuviese formada por personas que no hubiesen participado en la Guerra Civil, ya que se buscaba una norma de reconciliación para todos los españoles. En una España totalmente pacificada, la ley se debatió libremente y fue aprobada con escasa oposición tanto por parte de los sectores oficiales como por parte de los núcleos políticos que aún permanecían marginados o en penumbra. Unos y otros coincidían en el deseo de establecer la democracia sin alterar la estabilidad institucional ni la seguridad jurídica. Gracias a ello España alcanzó un gran prestigio político internacional y se evitó cualquier rupturismo que hubiese vuelto a dividir interiormente a los españoles en bandos irreconciliables.

Este Noviembre, cuando ha pasado una era de cuarenta años desde aquellas primeras elecciones y otros cuarenta años antecedentes desde el fin de la Guerra Civil, se han podido escuchar opiniones tan pintorescas como la de un eurodiputado de Esquerra Republicana de Cataluña, apellidado Terricabras, llegado a Bruselas gracias a las elecciones libres que se celebran normalmente en el Reino de España, que quienes mandan en esta nación son “los hijos y los nietos de quienes ganaron la Guerra”. Tan curiosa selección de mandos hace pensar en una milagrosa tecnología genética capaz de conseguir conservar una calidad de vencedores para siempre a los hijos y nietos que gracias a esta técnica, quizá pudiera llegar a los bisnietos. Si tal milagro fuese posible estaríamos viviendo una novela kafkiana en la que la selección genética se aplicase en beneficio indefinido de unos ganadores y ante la pasividad de los perdedores. Pero como tal técnica genética no existe hay que pensar que el diputado Terricabras tiene unas gafas coloreadas que le hacen ver del mismo color a todos los ciudadanos influyentes.

Si el tal Terricabras conociese la realidad del país en que vive y los antecedentes familiares de los actores de la política española no creo que encontrase fundamento para atribuirles esa exclusiva raigambre de ganadores. Ni tan siquiera podría atribuir esa circunstancia a la propia monarquía que hubo de esperar cuarenta años para ser restablecida. Si conociese la saga familiar de los políticos de la era constitucional encontraría tantos hijos y nietos del Movimiento Nacional entre la izquierda como hijos y nietos del Republicanismo en los partidos conservadores. Pero para ver las cosas como son hay que empezar por conocer la infraestructura social del país y la compleja coexistencia de enfrentadas posiciones políticas en el seno de cada casa. La realidad es como es. La reconciliación fue el desenlace positivo de una reconstrucción nacional y las tensiones o discrepancias de hoy en día no son consecuencias de una lejana Guerra Civil sino de los trances actuales por los que pasa el mundo. En España reina la paz excepto para los fanáticos como Terricabras o Pablo Iglesias.

Lo que sucede es que es muy duro para algunos reconocer su propio fracaso o el mérito ajeno. Es más fácil autorretratarse como víctimas del pasado que como equivocados del presente. La verdad es que, le guste o no le guste al diputado Terricabras y compañeros mártires, la Transición fue un éxito impulsado civilizadamente por las precedentes instituciones de postguerra. Gracias a ello, en la democracia española, ejercen influencia y ostentan poder hijos y nietos de todas las tendencias con significado social consistente. Tanto en las llamadas derechas como en las izquierdas, nacionales o regionales, pululan sin limitaciones todas las viejas estirpes que se enfrentaron en 1936 y otras nuevas, originadas en la contemporaneidad del Siglo XXI. No son hijos ni nietos de quienes ganaron la Guerra sino hijos y nietos de quienes supieron construir la paz y ganar elecciones. Quienes no entienden este cambio tampoco saben respetar a los muertos que trabajaron para darles una patria en paz. Son gente que lleva el signo de Caín en la frente, con el que se pierden todas las batallas del ayer y del mañana.

Gabriel Elorriaga

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Gabriel Elorriaga

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