Qué cruz

Érase una vez un hombre que se paseaba por su camino con una cruz a cuestas. Estaba ya sin fuerzas de cargar con el peso y suplicaba a sus vigilantes pararse a descansar. Estaba convencido de que la cruz que portaba no era merecida y pedía un cambio.

Cansados de escucharle, los guardianes le permiten sentarse un momento y le dicen:
- verás como por este mismo camino pasan otras personas con otras cruces, si hay alguna que te guste más se la podrás cambiar.
El pobre hombre aceptó la propuesta y empezó a observar las cruces que cargaban sus compañeros de camino.

Pasó uno que llevaba una cruz muy pequeña, y nuestro protagonista la pidió para él. Se la dejaron cargar a modo de prueba y enseguida notó que se trataba de una barra maciza de hierro, con lo que la descartó enseguida.

En dos minutos asomó otro que llevaba una de madera que tenía el semblante de ligera. Le preguntaron a ver qué tal, y se quejó amargamente de los nudos que tenía en la junta de las dos barras y que le golpeaban constantemente encima de la espalda.

La tercera que pasó era más larga que una cuaresma sin pan. Tampoco la quiso.

Apremiado por sus cancerberos, nuestro protagonista tuvo que elegir. Se giró y miró atentamente su cruz que yacía a su lado y vió como era la menos mala de todas las que había visto pasar y decidió proseguir su andadura con la carga que había aprendido a llevar con el tiempo porque, al fin y al cabo, a cada uno le toca llevar su cruz y si miramos a nuestro alrededor podríamos estar aún peor.