No pude llegar a tiempo a la toma de posesión de los nuevos ediles del ayuntamiento de Sant Antoni de Portmany. Sí que coincidí luego con los eufóricos concejales del PSOE en el Club Náutico y pude felicitar al nuevo alcalde, mi estimado Pepe Cires.
Según me comentaron el acto fue emocionante, y por lo que he leído en prensa fue mucho más. Voy a centrarme en dos aspectos que me han llamado peyorativamente la atención.
El primero es la indumentaria del líder de Reinicia, Pablo Valdés, chaqueta posmoderna y debajo una camiseta, al viejo estilo Mayo del 68, ad exemplum de Marcuse, Adorno o Althusser. ¿Es malo vestir así en tan acto solemne? No, no es malo ni bueno, denota una estética. La estética no sólo es una forma de vestir, lucir el cuerpo, hablar o gesticular en público, es bastante más, es la manifestación externa de un sentimiento ético. Como decía Wittgenstein, ética y estética son lo mismo, literalmente son una.
El nuevo teniente alcalde exhibe la estética de la disidencia. El disidente es necesario para que se produzcan los cambios sociales, piénsese en Benjamin Franklin y otros disidentes norteamericanos que hicieron posible la Declaración de derechos del hombre de Filadelfia. Pero el disenso también puede hacer imposible el consenso. Si el disenso sirve para evacuar un falso consenso olvidadizo de los más marginados es positivo, pero si el disenso se convierte en resistencia dogmática a lograr acuerdos racionales, puede convertir en una utopía el conseguir el consenso político necesario para gobernar con eficacia un grupo social.
Y es que el consenso supone también la participación de los que están en la oposición, a quienes se les debe escuchar y no preterir, como azarosamente le sucedió a la buena de Norbi que se la saltaron. Precisamente el gran error de Pepita Gutiérrez fue olvidar las expectativas de los otros partidos distintos al suyo, que también representan una gran parte de los valores del electorado de la ciudad.
Cuando el disidente alcanza el poder, ha de seguir siendo fiel al imperativo de la disidencia, y no imponer su razón por la fuerza, sino convencer con la fuerza de la razón, al más puro estilo socrático. Y esto lo digo, porque ahora no se trata de demonizar al PP y arrinconarlo, sino de contar también con sus propuestas y tenerlas en cuenta en las decisiones de gobierno.
La segunda cuestión que planteo hace referencia a la detestable fórmula “por imperativo legal”, que los asesinos de Herri Batasuna hicieron célebre en los 80 cuando ETA mataba más militares, policías y guardia civiles, y a profesionales como mi catedrático de Derecho Mercantil Manuel Broseta.
Me produce repugnancia escuchar una fórmula tan necia, que evidencia una contradictio in terminis del hablante, tanto desde la perspectiva ética como jurídica:
Si la finalidad del cambio es dar cumplimiento a las normas que no hizo respetar Gutiérrez, mal vamos si el primer teniente alcalde es un “disidente”, pero no ético, sino “civil”. Prometer con esta fea coletilla es un acto expreso de “desobediencia civil” y “resistencia” al ordenamiento jurídico, no de disidencia.
Hay que aprender castellano, señores políticos, la lengua de Cervantes, Quevedo, Machado, Lorca y Rafael Alberti. Como decía Roland Barthes el lenguaje es “significante”, “significado” y “significación”.
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