Se intuía y lo han confirmado los científicos: mucho trabajo puede matar. Es lo que puede pasar también si fumas o bebes más de lo razonable. Es malo todo exceso aunque sea de placer, y el trabajo dicen algunos que trabajar es una fuente de placer. Bueno, hay gustos para todos. También dicen que es fuente de equilibrio, porque, como mantenía Voltaire, es la manera de quitarse aburrimiento, vicio y miseria. Pero si trabajas mucho, más de las ocho horas reglamentarias, la cosa puede acabar mal para el corazón y puede afectar al riego cerebral. O sea, que lo justo y necesario. Nada de horas extras ni llevarse documentos a casa. No hay que ser egoísta en cuestión de faena, que ya se sabe que todos los avances tecnológicos están pensados para trabajar menos físicamente. Pero por mucha literatura que le echemos, por mucha contradicción que haya entre si es maldición divina o dignificación humana, si el exceso de horas perjudica seriamente a la salud, estar cruzado de brazos perjudica gravemente esa parte del cerebro donde se alojan los sentimientos de utilidad. Y en estos momentos, o sea, aquí y ahora, el trabajo pagado y por cuenta ajena es tan precario, que más de uno firmaría más de ocho horas aunque en ello le fuera la salud, porque no se sabe si es más peligroso el exceso que no dar un palo al agua. O sea, que no hay que no conviene pasarse ni por arriba ni por abajo.
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