Golpe de madrugada

El ciudadano que tiene que coger un autobús de madrugada para ir a su trabajo, se supone que muy pocos toman el bus a la seis de la mañana para ir de paseo, está vendido. Si a los conductores se les pone que nadie sale de las cocheras, pues nadie sale. Con dos pares. Qué más les da si provocan miles de problemas personales. Para ellos, como ha ocurrido recientemente con otros colectivos en trance de reivindicación, lo que importa es lo que consigan, y les importa un pimiento lo que puedan perjudicar. Las huelgas en empresas públicas con empleo y sueldo digno garantizados no tienen buena imagen en estos tiempos de paro y penuria. Más bien dejan un regusto de indecencia. No se les pide a los conductores de autobús que sean solidarios con los funcionarios a los que se les ha rebajado el sueldo, con los jubilados a los que se les ha congelado la pensión, con los desempleados, con los que necesitan una ayuda social, no, no se les pide solidaridad, pero sí convendría exigirles responsabilidad para respetar los servicios mínimos, responsabilidad por los daños provocados por una actitud tendente a provocar el caos en el transporte ciudadano para que alguien vea lo fuertes y valientes que son, para que alguien ceda en sus pretensiones -probablemente justas pero atemporales- de mejoras laborales. Lo de la madrugada del jueves fue un golpe de fuerza bruta a cada usuario que no pudo llegar a tiempo a su trabajo, al hospital, al colegio…, que tuvo que gastar un dinero que no le sobra, que ve impotente como unos irresponsables se cargan en derecho de muchos miles por el derecho a la huelga de unos pocos. Un golpe de mucho coste que les va a salir gratis. Además, eso.