MARC GONZÁLEZ
Al Cid españolizador, el ministro Wert, no le parecen el catalán, el gallego o el euskera lenguas lo suficientemente españolas como para otorgarles el rango de asignatura troncal en nuestro currículum educativo, relegándolas al furgón de las materias de especialidad. Vaya tela. Aquí, Rafel Bosch trata de echarle un inmerecido capote a su ministro, señalando que dicho rango puede otorgárselo igualmente la comunidad autónoma, y así todos tan contentos. Pues no, señor Bosch, es la legislación orgánica estatal la que debe blindar la enseñanza de y en todas las lenguas de España, con independencia de que cada comunidad regule los detalles del proceso de normalización.
El propio Wert se lía, porque acaba reconociendo que dicho proceso normalizador es absolutamente imprescindible, al calificar al catalán y las demás lenguas “distintas del castellano” de “especialidad”. Para él, somos especiales, bichos raros que no hablan cristiano, sino que hablan “distinto”. Y, además, por vicio.
Resulta que el artículo 3 de nuestra Constitución señala que es patrimonio de todos los españoles la riqueza lingüística de nuestro país, que deberá ser objeto de especial respeto y protección. Eso no lo inventó ni Artur Mas, ni Urkullu, ni Beiras, sino los llamados padres de la Constitución, allá por el siglo pasado.
No se trata de que los gallegos protejan su lengua –eso irá de suyo-, que los vascos legislen la enseñanza del euskera o que catalanes, valencianos y baleares hagamos lo propio. Lo que no acaban de entender esta cuadrilla de cenutrios mesetarios que nos gobierna es que el catalán, el gallego o el vasco son también lenguas españolas. Es curioso que los que son y piensan como Wert se queden siempre en el primer punto del susodicho artículo –el que proclama la oficialidad del castellano en todo el estado- y no sigan leyendo lo que dice a continuación de una forma tan clara.
Ahora que creen que el resultado de las elecciones catalanas ha supuesto el fin del soberanismo y el triunfo del statu quo constitucional, no estaría de más que comenzaran a leerse la Constitución en su integridad y, sobre todo, que mostrasen más afecto y comprensión hacia aquellos que tenemos la inmensa suerte de haber nacido en un territorio con dos lenguas oficiales y que no estamos dispuestos en absoluto a que una de ellas sea considerada como si se de un idioma extranjero se tratara. Sí, Wert, somos españoles, para lo malo, y también para lo bueno, pero para sentirnos plenamente como tales, exigimos que nuestro estado –España, para que no digan que me duelen prendas mentarla- proteja lo que consideramos más genuinamente nuestro.
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