No fueron a los funerales

A lo largo de la vida uno va a muchos funerales. Los hay protocolarios, y existen los que te atañen de manera directa y te atraviesan como una lanzada en el costado. Pero todos afectan, porque incluso en los funerales de índole social la proximidad a las postrimerías siempre mueve un punto de reflexión, y, en mi caso particular, noto dos sensaciones: un lametón de melancolía y una sed, no precisamente de zumos naturales, que me impele a terminar la reflexión en el bar más cercano al cementerio.

A más experiencia y veteranía uno suma más funerales, y a más juventud parece que se instala un súbito interés por los muertos del pasado muy remoto, de la guerra civil, por ejemplo, y una amnesia por los muertos coetáneos, como si estos no hubieran existido nunca.

A lo mejor es una hipótesis errada, pero lo que es un hecho incontrovertible es que los jóvenes que han ido a pocos funerales y, sobre todo, no fueron nunca a un funeral causado por los asesinos de ETA, son los que se muestran más complacientes con que los antiguos pistoleros se presenten en público para que el jabón de las urnas les limpie las manos de sangre. Eso explica esa mirada hacia a un lado -"es cosa de la Justicia"- de estos jóvenes y " jóvenas" del PSOE , que consideran que la inhabilitación a un terrorista no es un asunto suyo. Como si los socialistas Enrique Casas, Fernando Múgica, Ernest Lluch o Joseba Pagazaurtundúa, por nombrar sólo una muestra, hubieran fallecido de un mareo, una pulmonía o un accidente de tráfico. No es que esta chica, Batet creo que se llama, sea tonta contemporánea o miserable, sino que, por razones de edad, jamás tuvo que dar el pésame a una viuda o a un huérfano que alcanzaron ese estado por tener un marido o un padre con el carnet del PSOE. Ellos, tan seguros de sí mismos, nunca tuvieron que ir a los funerales.