OPINIÓN

Mi nueva vida dietética

Josep Maria Aguiló | Sábado 15 de marzo de 2025

Hace unos cuatro o cinco meses, me caí del caballo como el bueno de San Pablo —dietéticamente hablando— y me convertí de repente en una nueva persona, una persona que a partir de ese momento decidió decir adiós para siempre al pecado y al vicio, es decir, al azúcar, a los hidratos de carbono y a los productos ultraprocesados.

Mi siguiente paso en esa recién iniciada andadura nutricional fue empezar a comer algo menos y centrarme sobre todo en el consumo habitual —y legal— de frutas y de verduras. A partir de ahí, lo probé todo —alimentariamente hablando— para comenzar a perder peso de manera progresiva y, al mismo tiempo, ganar algo de salud y de bienestar.

Tras escuchar con suma atención los siempre interesantes y doctos consejos de carácter endocrino o de otro tipo de influencers, youtubers e instagramers, puse en práctica de forma sucesiva el régimen de la alcachofa, la dieta de la piña, el plan del espárrago y el programa de los frutos secos, para continuar poco después con otros regímenes, como el de la manzana, el de la cebolla, el del aguacate, el del agua de arroz, el del plátano verde o el del huevo duro.

Sin embargo, los resultados no fueron los inicialmente esperados por mí, pues pasaba el tiempo y veía que la báscula seguía más o menos inalterable. Además, algunos de esos alimentos me provocaban pequeñas molestias físicas, tales como gases, flatos, regüeldos y tránsitos intestinales algo acelerados y blandos, por decirlo de forma suave y delicada.

Fue entonces cuando, por iniciativa propia, decidí cambiar de estrategia y empezar a hacer diferentes dietas por estricto orden alfabético, pues siempre he sido mucho más de letras que de números.

Así, comencé con la dieta del ajo y seguí luego con la de la avena, a las que se sumaron posteriormente las de la berenjena, el bocadillo, la calabaza, la col, la ensalada, la gelatina, la leche, la merluza, la naranja, la patata, la sopa, la uva, el yogur, la yuca —que aún no sé lo que es— y la zanahoria. Pero esa estrategia tampoco funcionó como esperaba.

Por ello, volví a seguir de nuevo las recomendaciones de los citados expertos de las redes sociales, en especial todas las relativas a las supuestas bondades del ayuno para lograr adelgazar de manera significativa. A partir de ahí, puse en práctica diversos tipos de renuncia y de mortificación —psicológicamente hablando—, entre ellos el ayuno intermitente, el entrecortado, el esporádico o el alterno, pero la cosa no mejoró tampoco ostensiblemente.

Tras todas esas experiencias fallidas, debo reconocer que ahora mismo me debato entre volver a llevar una vida de vicio y de pecado —calóricamente hablando— o intentar perseverar a fondo en el camino de la abstinencia y la contención. Como siempre he sido una persona un poco indecisa, aún no sé si acabaré inclinándome de forma definitiva por los dulces y los hidratos o por el consumo de Omega 3 y de infusiones contra la inflamación.


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