Hace unos días, un buen amigo, bien relacionado con el mundo de Vox en Mallorca, me contaba que se negó a seguir andando en ‘dimes y diretes’ en torno al PP. Les espetó que el interés general exigía y reclamaba una única cosa: mandar a casa a Sánchez. El resto era perder el tiempo y facilitar su nefasta continuidad. ¡Perfecto!
España de nuevo ha caído en manos de un alianza entre la izquierda más radical (el ‘sanchismo’) y los nacionalistas, abiertamente rupturistas. Esto es, buscan destruir la transición, la constitución, la unidad de España. Esta alarmante situación sólo puede negarla quien no quiera verla. Todo ello, por cierto, ha sido posible merced al impulso de una fuerza antes constitucional (PSOE), que ya ha dejado de serlo. España, por tanto, está al borde del abismo. Vamos como barco a la deriva. A gran velocidad, nos dirigimos (si no lo estamos ya) hacia la no democracia. Estamos tolerando, con abierta complicidad de muchos, una autocracia en medio del ‘desgarramiento institucional’, del enfrentamiento (polarización) ciudadano, de una corrupción galopante, de un recorte alarmante en las libertades. Estamos a un paso de la ruptura de la nación.
No sirven excusas o pretextos justificadores. Hay que ser muy conscientes de lo que está en juego, de lo extraordinariamente peligrosa que es la deriva en que estamos. No es tan difícil situarse. Basta con querer hacerlo. Basta con sentirse mínimamente responsable con España. Eso sí, luego, cuando llegue el momento electoral, actuar en consecuencia.
Ante este panorama, tan inquietante, cualquiera de nosotros podría preguntarse: ¿cómo se arregla esta España? Emulando a J. F. Kennedy me atrevo a responderte: “No te preguntes qué puede hacer España por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por España”. Ha llegado el momento de la responsabilidad. Hay que dejarse de tonterías y de tanta palabrería como se exhibe a diario. Hay que coger el toro por los cuernos. No podemos seguir mirando hacía otro lado. “Hay que arreglarla con la participación, evidentemente, de los españoles. La inhibición es lo único a lo que no tenemos derecho los españoles. Como decía don Antonio Maura, ‘los españoles tienen que dejar de ser espectadores de su propio destino’. Tienen que dejar de ser espectadores de la destrucción del país. Tienen que ser agentes activos para impedir que el Estado de derecho desaparezca en España o que la unidad del país esté puesta en cuestión. Tenemos esa responsabilidad” (Aznar, TO).
Pues bien, así las cosas, ¡tenemos que reaccionar! Tenemos que ocuparnos de otras cosas distintas de las que ahora nos entretienen. El mundo está inmerso en un proceso de cambios muy importantes. No podemos perder ese tren. Dejaríamos de ser el gran país que somos. La vida y el bienestar de nuestros hijos y nietos será muy diferente, infinitamente peor. ¿Cómo España puede estar en el mundo con un Gobierno que ha hecho un pacto para que sus enemigos la destruyan? ¿Acaso estamos todos locos? No tenemos derecho a volver a decepcionar a España. ¡Atrevámonos a arriesgar y a sorprender! Unidos, con la mira puesta en el futuro, podemos arreglar la situación en que estamos inmersos.
En definitiva, no veo cómo cualquier español, sea de una ideología o de otra, no pueda apoyar lo que estimo el ’punto crítico’ necesario para superar la situación actual. Todos deberíamos sentirnos unánimes en torno a las zonas obscuras y ambiguas del sistema, empezando por la Constitución misma, que han hecho posible al sanchismo entrar en el mismo como elefante en cacharrería. Tal actuación va mucho más allá de propiciar un Gobierno, de un color o de otro. Hay que reformar todo aquello que sea necesario para evitar que lo ocurrido vuelva a repetirse. ¿Qué país es éste que cualquier político sin escrúpulos se pueda consolidar como Presidente del gobierno, usando/abusando de la ley y de las instituciones, y que, desde la apariencia democrática, establezca un régimen autocrático? ¡Seamos serios y responsables! Hay que conservar lo poco que aún funciona, revertir lo hecho trizas y desechar los nuevos lastres aparecidos.
Gregorio Delgado del Río