OPINIÓN

No intentes hacerles entrar en razón

Elisa Doehne | Domingo 29 de diciembre de 2024

He venido a Alemania a pasar la Navidad con mi padre. Le veo poco, quizá un promedio de una o dos veces por año. Cada vez que lo hago, suele contarme las mismas tres o cuatro anécdotas de cuando yo era bebé o de cuando seguía con mi madre. Esta vez, al escucharlas, me di cuenta de que ya no las percibo igual. He empezado a verlas de manera más "neutra", aunque no sé bien cómo explicarlo. Creo que esto se debe a que he estado trabajando mucho en terapia, revisando cosas que tenía profundamente arraigadas. Por eso, quizá ahora, cuando me cuenta algo, ya no lo veo únicamente desde su perspectiva.

Cuando me habla de algo que pasó con mi madre en mi infancia, sobre situaciones que no recuerdo o en las que no tengo la "visión correcta", ya no siento la misma "rabia" que él sintió en su momento. Antes, al escucharle, me influenciaba de inmediato: lo que él me contaba debía ser verdad. Si él lo vivió así, yo asumía automáticamente esas emociones y las hacía mías.

Sin embargo, estos días, al volver a escuchar esas historias, algo ha sido distinto. Han surgido en mí nuevas preguntas y he sabido entender las respuestas desde otro ángulo. Esta vez he sido capaz de verlo todo desde otra perspectiva: una más neutra y, sobre todo, más calmada.

Me ha sentado bien darme cuenta de que algo había cambiado aquí dentro. Ya no juzgo con base en lo que me dicen los demás, ni mi padre ni mi madre. Ahora lo hago desde mi propio punto de vista y, más importante aún, desde una empatía que recién estoy descubriendo. Esta empatía me permite entender que mis padres, como todos, llevan consigo sus heridas, sus creencias arraigadas y las experiencias que les han moldeado. Y, lo más importante, me ha permitido entender que todo eso no me pertenece. Aunque hasta ahora venía pensando lo contrario. Todo eso es suyo, no mío.

Aunque nunca hayan tenido la intención de hacerlo, al contarme lo ocurrido desde su única perspectiva, hicieron que me adueñara de esa versión, de que la sintiera así, como única verdad.

Me hace feliz saber que estoy desarrollando una "mirada más neutra" hacia las cosas. Y hacia las personas también. Poco a poco, aprendo a observar qué puede haber vivido cada quien y cómo eso influye en su forma de ser. Esto me ayuda a juzgar más despacio; no diré que no juzgo, porque eso sería mucho decir, pero lo hago con más calma. Primero me paro a pensar un segundo qué puede haber llevado a la persona a actuar como actúa, cuáles son las posibles gafas que esa persona lleva puestas. Esas gafas están hechas de su historia, sus traumas y su cultura. Intento entender cómo funciona esa persona, qué creencias arraigadas tiene y qué le puede mover a actuar de una forma u otra.

Os diré que es un ejercicio que, sin querer, me está trayendo más calma a mí también. Básicamente porque antes me cabreaba muchísimo la actitud de la gente. Sin ir más lejos, la de mis padres, por ejemplo. Me ponía de los nervios que hicieran ciertas cosas o actuaran de cierta manera y podíamos discutir durante horas sobre ello, sin llegar a ningún punto en común, cada uno defendiendo su punto de vista hasta el final. Y aquello terminaba en frustración, cabreo y agotamiento. Nada que me sirviera, ni a mí ni a ellos.

Ahora, cuando pienso en su infancia, en la sociedad en la que crecieron, en los traumas que han acumulado, consigo tomarme sus palabras y acciones con más calma. Este cambio no significa que no tenga mis propias opiniones, simplemente, he dejado de reaccionar impulsivamente.

Entiendo que ellos no siempre puedan ver las cosas como yo, y por eso ya no entro en confrontaciones. No intento "hacerles entrar en razón", porque es mi razón, no la suya. Simplemente acepto que ellos lo sienten y viven de otra manera, y no pasa nada.

Y creo que este es el "quid de la cuestión": no se trata de cambiar a los demás, sino de entender que son mundos diferentes y aceptarles tal como son. O, si sus diferencias son tan grandes que no se puede encontrar un punto de conciliación, optar por alejarnos y ya está.

Esa es la realidad, aunque a veces nos parezca dura. Soltar no siempre es fácil, pero a veces es la única forma de encontrar la paz.


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