Ya hace unos cuantos años que el gran ensayista italiano Claudio Magris subrayó, con gran acierto, que había pocos conceptos tan mal entendidos y, sin embargo, tan evocados en el debate ético-político como el de ‘laico’ y ‘laicidad’. Y, también, tan olvidadizos “no sólo de la Ilustración y del pensamiento liberal sino incluso del Evangelio, que enseña a discernir entre lo que le corresponde a Dios y lo que le corresponde al César”. Así lo he venido enseñando en mi paso por la Universidad.
“Laicidad significa tolerancia, duda también respecto a las propias certezas, autoironía, desmistificación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros, igualmente respetables (…). Constituye una profunda moralidad y se opone tanto al moralismo avinagrado, siempre sectario, como a la desenvoltura ética” (Ibidem).
Es obvio que a la actual “progresía posmoderna y posnacional española’ (García Domínguez), que, de modo tan pésimo, nos gobierna y representa, les sienta muy mal esto de la laicidad. Tan es así que llega hasta producirles urticaria. No entienden nada de nada en términos de tolerancia. Dan la impresión de padecer una ignorancia infinita de todo cuanto tiene que ver con ella. Sólo reaccionan ante cualquier manifestación religiosa en el espacio público de modo sectario, despectivo y condenatorio. Parece que todo lo que sea respetar las posiciones del otro, por numeroso que sea, no va con ellos, ni siquiera cuando representan al Estado, constitucionalmente definido por la laicidad, o al Gobierno de la nación.
“El respeto laico de la razón no está garantizado de antemano ni por la fe ni por su rechazo (…). Existe desde luego una jactancia propia de quien se cree más avanzado que los demás sólo porque no profesa ninguna fe -como si ello bastase para conferir apertura y libertad de pensamiento- y mira con suficiencia a los creyentes y practicantes” (Ibidem).
La ausencia llamativa de España en la reapertura al culto de la Catedral de Notre Dame en París es un ejemplo perfecto de lo que encarna el Proyecto ‘sanchista’ en España: autocrático de entrada, intolerante con todo lo que tenga que ver con el cristianismo y con quienes lo profesan (una de la fuerzas creadoras de Europa), pletórico de dogmas wokistas contrarios a la civilización occidental, abiertamente incompatible con el diseño constitucional español y de un sectarismo de otros tiempos, partidario de la polarización extrema (franquismo en la sopa). ¡Vaya progresismo! ¡Vaya panorama!
Con semejante episodio, de una torpeza infinita, hemos mandado, al mundo entero, una imagen un tanto tenebrosa y obscura, muy retrógrada, que no se corresponde con la realidad de nuestra cultura e historia. ‘Una vergüenza’ para los españoles. No se ha sabido estar “a la altura de la sociedad a la que debe servir” (Feijóo) y que ha desairado gravemente a un gran vecino y socio europeo como Francia. Es más, como suele ocurrir con el ‘sanchismo’, ha venido rodeado de una cierta retranca obsesiva: desdorar, presuntamente, la figura del Rey. Nada de lo ocurrido produce extrañeza. “Retrata mejor que cualquier artículo crítico lo que está pasando en España” (Esperanza Aguirre). Ya lo dijo el doctor Stockmann en Un enemigo del Pueblo de Ibsen: “La mayoría tiene la fuerza, pero no la razón”.
Al hablar de ausencias, la verdaderamente clamorosa ha sido la del papa Francisco. ¡Lamentable! ¿Qué pasa en el Vaticano que, últimamente, no andan muy finos en cuestiones de comunicación? ¿Cuándo se enterarán que el Evangelio -que tan marginado ha estado y está en sus aledaños- puede inspirar una visión nueva del mundo pero no puede transformarse directamente en artículos de ley (Carlo Jémolo)? ¿Cuándo reconocerán que la Ilustración no es la culpable de la secularización sino la propia Iglesia que no supo aprovechar la oportunidad para vivir lo que era de Dios (Hannah Arendt)? ¿Cuándo optarán decididamente por poner el Evangelio en el centro de la vida?No valen, en mi opinión, las excusas manejadas. No conviene crear dudas de desencanto frente a los líderes políticos. Fue una oportunidad desaprovechada para la presencia del sucesor de Pedro. Maxime, dadas las circunstancias tan dramáticas por las que atraviesa ahora el mundo.